Existen ciertos refranes populares en español que refuerzan una idea que la experiencia parece haber confirmado muchas veces en relación con el hecho de que, por lo menos en un significativo número de casos, las apariencias engañan. Son estos los que dicen que: “El hábito no hace al monje” y que “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, que dan a entender que no son las vestiduras las que confieren a alguien su condición e identidad particular. Sin embargo, también es cierto que la ropa causa una impresión con la que hay que ser congruentes. En efecto, no sólo hay que ser, sino que también hay que parecer. Por eso, así como parecer sin ser no es a la postre más que un engaño ꟷcomo lo sugieren los refranes aludidosꟷ; también lo es ser sin parecer. Y si bien es cierto que en el evangelio es imposible llegar a ser sólo esforzándonos en parecer; una vez somos, debemos también parecer. La Biblia habla de personas que “aparentarán ser piadosos, pero su conducta desmentirá el poder de la piedad” (2 Timoteo 3:5), es decir que, aunque parecen, no son. No se puede, pues, llegar a ser cristiano mediante la fe en Cristo, sin que las obras que acompañan a la fe demuestren visiblemente nuestra nueva identidad y condición. Ese es el sentido auténtico de las porciones bíblicas que describen metafóricamente al creyente en términos de sus vestiduras, como cuando se nos exhorta y anima a revestirnos de este modo particular: “Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia” (Colosenses 3:12)
El hábito y el monje
“Se dice que ‘el hábito no hace al monje’, pero para ser reconocido como tal, el monje si debe vestirse con el hábito adecuado”
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