La vida cristiana es caracterizada en el Nuevo Testamento como “la batalla de la fe”. Por lo tanto, aunque ya no lo sea desde el punto de vista literal, la vida cristiana tiene puntos de contacto con la conquista militar de la tierra prometida emprendida por el pueblo de Israel bajo el mando de Josué y la dirección de Dios. Y el desafío lanzado por Josué al pueblo se aplica por igual a los creyentes en la iglesia: “Así que Josué los desafió: «¿Hasta cuándo van a esperar para tomar posesión del territorio que les otorgó el Señor, Dios de sus antepasados?” (Josué 18:3). En efecto, la espera inactiva no es una expresión de la virtud de la paciencia, sino en muchos casos una expresión de negligencia, de pereza, de temor, de mediocre y resignado conformismo y de falta de confianza en Dios. Tomar posesión de lo que Dios nos ha otorgado ya, es imperativo e implica acciones y resoluciones obedientes de nuestra parte no sólo para discernir e identificar las puertas que Dios nos abre, o en otras palabras, las oportunidades que Él pone delante de nosotros, sino también para aprovecharlas llevando a cabo las acciones del caso que nos permitan concretarlas y cosechar los beneficios correspondientes que nos lleven a alcanzar y disfrutar de las bendiciones que Dios nos tiene reservadas. La alimentación milagrosa de las multitudes llevada a cabo por Jesucristo requirió de los discípulos contar siquiera con unos cuantos panes y peces y la pesca milagrosa requirió también que Pedro arrojara la red al mar, pues a la par que Dios hace lo imposible, Él espera y demanda que nosotros hagamos lo posible
¿Hasta cuándo van a esperar?
“En ocasiones la dificultad para alcanzar las bendiciones prometidas por Dios radica en nuestros temores y negligencias para hacerlo con resolución”
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