La actitud es tan importante o más aún que los buenos argumentos a la hora de exponerlos, al punto que una mala actitud echa a perder los mejores argumentos y, al contrario, una buena actitud puede disculpar o atenuar hasta cierto punto una argumentación endeble. Por eso el apóstol Pedro, luego de exhortarnos a estar preparados para presentar una defensa consistentemente razonada de nuestra fe, añade enfáticamente: “Pero háganlo con gentileza y respeto, manteniendo la conciencia limpia, para que los que hablan mal de la buena conducta de ustedes en Cristo, se avergüencen de sus calumnias” (1 Pedro 3:16). Por eso, siempre será más importante ganar a la persona que ganar la discusión perdiendo, de paso, a la persona. La actitud orgullosa, altiva y engreída o la carencia de sensibilidad hacia nuestro interlocutor a la hora de argumentar a favor del evangelio, en vez de atraerlo, logran el efecto contrario. La gentileza, el respeto, la empatía y el tacto a la hora de compartir y defender el evangelio son, pues, fundamentales y deben acompañar y sazonar nuestra mejor argumentación a favor de él, pues no solo hará que nuestras probabilidades de éxito crezcan en el propósito de conducir a los demás a Cristo, sino que incluso en caso contrario, podremos también tener nuestra conciencia limpia en cuanto a que hemos hecho las cosas correctamente y con las motivaciones adecuadas y estaremos en condiciones de “sacudir nuestros pies”, habiendo salvado nuestra responsabilidad si nuestro interlocutor rechaza el evangelio o reacciona de mala manera ante nuestra exposición
Háganlo con gentileza y respeto
“Tal vez no siempre podamos convencer a nuestro rival con argumentos, pero siempre podemos avergonzarlo con nuestra buena actitud”
Deja tu comentario