Una de las conductas más indignantes que encontramos en el Antiguo Testamento desde nuestra perspectiva actual es la llevada a cabo por Lot en Sodoma al ofrecer a sus hijas a los hombres de la ciudad para que las ultrajaran y abusaran de ellas con tal de que no lo hicieran con los visitantes que habían llegado a hospedarse en su casa: “Lot salió a la puerta y, cerrándola detrás de sí, les dijo: ꟷPor favor, amigos míos, no cometan tal perversidad. Tengo dos hijas que todavía son vírgenes; voy a traérselas para que hagan con ellas lo que les plazca, pero a estos hombres no les hagan nada, pues han venido a hospedarse bajo mi techo” (Génesis 19:6-8). Una escena que se repite luego con el levita que se hospedó en la casa de un anciano de la ciudad de Guibeá en el territorio de la tribu de Benjamín, algunos de cuyos habitantes habían alcanzado tal degradación moral que eran tan malvados como los sodomitas y quisieron ultrajar al levita, a lo cual: “El dueño de la casa salió y dijo: ꟷNo, amigos míos, no cometan tal perversidad, pues este hombre es mi huésped. ¡No cometan con él tal infamia! Miren, aquí está mi hija, que todavía es virgen, y la concubina de este hombre. Voy a traérselas ahora, para que las abusen y hagan con ellas lo que bien les parezca. Pero con este hombre no cometan tal infamia” (Jueces 19:23-24). Una conducta inconcebible hoy que obedece, según parece, a que en la época la hospitalidad era un deber sagrado, mostrando así que las costumbres culturales imprimen sesgos que no honran como deberían lo que nuestras conciencias iluminadas por el evangelio nos indican
Este hombre es mi huésped
“Israel es un ejemplo de que no son las diferentes culturas o épocas las que deben tener la última palabra en cuanto a lo que está bien o está mal”
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