Las genealogías bíblicas que a muchos de sus lectores les puede parecer que dificultan y desvían la atención de su mensaje central a temas marginales que sobran y no aportan nada sustancial, tienen, sin embargo, dos propósitos importantes en las Escrituras. El primero y más general, es honrar el compromiso del pueblo judío con la historia real estableciendo que la narración en cuestión está basada en hechos y no en mitos y leyendas, como sucede con frecuencia en las narraciones de la cultura greco-romana y otras de la antigüedad. Y en segundo lugar, establecer el origen étnico de los personajes de la narración, particularmente la pertenencia al linaje de Abraham a través de alguna de las 12 tribus de Israel, y en especial el linaje levítico y sacerdotal de quienes estarían así facultados para ministrar en el templo, o el linaje real de los descendientes del rey David a través del cual llegaría el Mesías prometido, como en efecto sucedió con Cristo, descendiente directo de David. Pero dado que las genealogías no son exhaustivas, sino meramente esquemáticas y representativas, es decir que no incluyen todas las líneas de descendencia, sino las que son representativas para los propósitos del autor, pudiendo contener lagunas, saltos o intervalos conscientemente omitidos en la línea de descendencia en cuestión, no vale la pena tampoco detenerse en ellas de forma obsesiva y detallada, como lo advierte también el apóstol: “y [dejen] de prestar atención a leyendas y genealogías interminables. Esas cosas provocan controversias en vez de llevar adelante la obra de Dios que es por la fe” (1 Timoteo 1:4)
Genealogías interminables
“Las genealogías son historia y no ficción legendaria. Pero discutir sobre ellas trae más perjuicios que beneficios para la fe”
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