La conquista de Canaán emprendida por Josué en obediencia a Dios y con Su decisivo respaldo incluyó la orden de exterminar a los pueblos que habitaban en ella, circunstancia utilizada por muchos en contra del carácter de Dios que se revela en la Biblia, desde personajes como Thomas Paine que hablaba de: “las historias obscenas, las orgías voluptuosas, las ejecuciones crueles, la venganza implacable que llenan más de la mitad de la Biblia…” hasta los nuevos ateos como Richard Dawkins que seguramente tenía esto en mente cuando escribió, abundando más en adjetivos ofensivos: “El Dios del Antiguo Testamento es posiblemente el personaje más molesto de toda la ficción: celoso y orgulloso de serlo; un mezquino, injusto e implacable monstruo; un ser vengativo, sediento de sangre y limpiador étnico; un misógino, homófobo, racista, infanticida. Genocida, filicida, pestilente, megalómano, sadomasoquista; un matón caprichosamente malévolo”. Juicios ligeros, atrevidos e ignorantes que no tienen en cuenta, entre otros, que los cananeos no eran una “pera en dulce” ni mucho menos y que Dios ya había anticipado su condenable carácter moral y el colmo al que llegaría su pecado que motivó Su destrucción y agotó Su paciencia para con ellos con estas palabras: “Debes saber que tus descendientes vivirán como extranjeros en tierra extraña, donde serán esclavizados y maltratados durante cuatrocientos años… Cuatro generaciones después tus descendientes volverán a este lugar, porque antes de eso no habrá llegado al colmo la iniquidad de los amorreos” (Génesis 15:16)
El colmo del pecado
“La paciencia y tolerancia de Dios hacia los seres humanos es muy grande, pero no inagotable y su límite lo marca el colmo de nuestro pecado”
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