Hacer un favor a alguien tiene más valor cuando se hace de buena gana, por iniciativa propia y de manera espontánea, como lo da a entender el apóstol Pablo al manifestarle a Filemón su deseo de conservar con él a su esclavo Onésimo y no enviárselo de vuelta, como en efecto lo hizo finalmente, para que le prestará apoyo mientras estaba preso en Roma, diciéndole: “Sin embargo, no he querido hacer nada sin tu consentimiento, para que tu favor no sea por obligación sino espontáneo” (Filemón 1:14). No sabemos si Filemón decidió enviarlo de nuevo a Pablo o no, pero sí sabemos que Pablo nunca utilizó su autoridad apostólica para requerir nada al respecto de su amigo y discípulo, sino que lo dejó en libertad de hacer lo que decidiera por iniciativa propia y de manera voluntaria, precisamente para que tuviera más valor al ser un favor y no una imposición u obligación de ningún tipo. Un favor es, de hecho, algo que hacemos con alguien más allá de lo que se considera justo, pues hacer lo que es justo será siempre una obligación para el creyente delante de Dios. Por eso el favor no tiene nunca carácter obligatorio, sino voluntario y espontáneo, hecho de buena gana y sin obedecer a otras consideraciones. Con todo, el cumplir con nuestro deber u obligación haciendo lo que es justo, también tiene más valor si se hace de buena gana, como lo vemos en lo dicho por el apóstol al referirse a su deber de predicar: “En efecto, si lo hiciera por mi propia voluntad, tendría recompensa; pero, si lo hago por obligación, no hago más que cumplir la tarea que se me ha encomendado” (1 Corintios 9:17)
Favores de buena gana
“Hacer un favor es un acto de auténtica generosidad sólo cuando se hace de buena gana, con espontaneidad y de manera voluntaria”
Deja tu comentario