Hablar con franqueza, sinceridad y honestidad es considerado, en términos generales, como una virtud. Pero en realidad, existen franquezas tan baratas e irrespetuosas que en muchos casos sería deseable una dosis mínima de prudente “hipocresía”. De hecho, la convivencia social en términos razonablemente constructivos no sería posible sin esta considerada y sensata dosis de “hipocresía” social para no andar diciéndonos en la cara, sin filtro y sin freno, lo que vamos pensando en nombre de la franqueza, de un modo ofensivo y de mal gusto. Por eso, si bien debemos hablarnos con la verdad unos a otros, la forma de decir la verdad es tan importante como la verdad en sí misma. De lo contrario, deberíamos darle la razón a los cínicos, que dicen ciertamente la verdad en muchos casos, pero lo hacen de la peor manera. Porque como alguien lo dijera: “todo depende de la forma en el decir… De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, más la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca, en muchos casos, grandes problemas. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado”. Por eso: “… aunque en Cristo tengo la franqueza suficiente para ordenarte lo que debes hacer, prefiero rogártelo en nombre del amor. Yo, Pablo, ya anciano y ahora, además, prisionero de Cristo Jesús” (Filemón 1:8-9)
Cordialidad y buenas maneras
“En nombre de la libertad y la franqueza no se puede dejar de lado la cordialidad y las buenas maneras en el trato con los demás”
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