Decía el general De Gaulle que: “La familiaridad engendra el desprecio. Todas las religiones tienen sus tabernáculos y ningún hombre es un héroe para su criado”. En efecto, normalmente la familiaridad puede ser inconveniente al revelarle a un subordinado deficiencias en el carácter de su superior que, de otro modo, no hubieran sido descubiertas, decepcionándolo y suscitando en él un velado desprecio hacia aquel. Por eso en todas las religiones los dioses están rodeados de un halo de misterio que tiene como propósito mantener la distancia y evitar la familiaridad en el trato con sus fieles. Con excepción del cristianismo en donde, no obstante la gran distancia que nos separa de un Dios absolutamente santo y el misterio que le rodea, Él no teme que un trato familiar con nosotros pueda desengañarnos de algún modo, sino más bien producir de manera siempre creciente una más rendida y convencida admiración y entrega, junto con una adoración más natural y espontánea como producto, justamente, de la posibilidad de relacionarnos y acceder a Él con una muy satisfactoria familiaridad en el trato. Familiaridad fomentada por Dios al haberse hecho hombre como nosotros e identificarse así de manera superlativa con nuestra condición. Cristo constituye la mejor invitación a un trato familiar, estrecho, íntimo y profundamente personal con el Dios del universo, que no conlleva el peligro de perderle el respeto, sino que acrecienta más bien nuestro impulso a que: “Tributen al Señor la gloria que merece su nombre; póstrense ante el Señor en su santuario majestuoso” (Salmo 29:2)
Familiaridad y respeto
8 abril, 2021
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“Entre más familiar, cercano e íntimo sea nuestro trato con Jesucristo más reconoceremos que Él es el glorioso Señor del universo”
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Sobre el autor
Arturo Rojas
Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.
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