Existe un dicho popular muy conocido que afirma que “más sabe el diablo por viejo que por diablo” que busca, más que darle algún tipo de realce al diablo, exaltar el valor que la experiencia tiene para la toma acertada de decisiones en la vida humana. Experiencia que sólo puede obtenerse a lo largo del tiempo, por lo que la edad es determinante para la adquisición de sabiduría. La Biblia no es ajena a esta necesidad. De hecho, si bien es cierto que el conocimiento es esencial para fundamentar y afianzar mejor la fe con miras a la toma de decisiones acertadas y aprobadas por Dios, al punto que Él mismo, a través del profeta sentenció: “… por falta de conocimiento mi pueblo ha sido destruido” (Oseas 4:6); también lo es que el conocimiento, e incluso la erudición por sí solos, si no van acompañados por la experiencia en el propósito de adquirir sabiduría práctica para el día a día, no sirven para mucho y son incluso censurados, tanto en el Antiguo Testamento: “Además de ellas, hijo mío, ten presente que el hacer muchos libros es algo interminable y que el mucho leer causa fatiga” (Eclesiastés 12:12), como en el Nuevo: “El conocimiento envanece, mientras que el amor edifica” (1 Corintios 8:1).De hecho Job, Proverbios y Eclesiastés constituyen la llamada “literatura sapiencial” en la Biblia, es decir libros para adquirir sabiduría con base en la experiencia de quienes nos han antecedido en sus tratos con Dios, como se deja ver en el prólogo del libro de Proverbios: “Proverbios de Salomón hijo de David, rey de Israel: para adquirir sabiduría y disciplina; para discernir palabras de inteligencia; para recibir la corrección que dan la prudencia, la rectitud, la justicia y la equidad; para infundir sagacidad en los inexpertos, conocimiento y discreción en los jóvenes. Escuche esto el sabio, y aumente su saber; reciba dirección el entendido, para discernir el proverbio y la parábola, los dichos de los sabios y sus enigmas. El temor del Señor es el principio del conocimiento; los necios desprecian la sabiduría y la disciplina” (Proverbios 1:1-7). Tanto así, que los eruditos no dejan de señalar la coincidencia de los contenidos de estos libros de la Biblia, con los escritos de este mismo orden de muchas naciones y religiones diferentes, tanto del Medio Oriente en el que Israel se desenvolvió; como con las sentencias de los sabios del Lejano Oriente y muchas otras culturas antiguas a lo largo del mundo, confirmando el hecho de que la sabiduría no es un patrimonio exclusivo del pueblo de Dios.
El valor de la experiencia en el contexto de la fe es destacado por Juan Antonio Monroy al afirmar: “Los autores bíblicos no nos han transmitido herencias, sino experiencias”. Y es que la carencia de una experiencia espiritual con Dios tiene un potencial destructivo en la vida de la persona, como se sigue señalando en el libro de los Proverbios: “«¿Hasta cuándo, muchachos inexpertos, seguirán aferrados a su inexperiencia? ¿Hasta cuándo, ustedes los insolentes, se complacerán en su insolencia? ¿Hasta cuándo, ustedes los necios, aborrecerán el conocimiento?… ¡su descarrío e inexperiencia los destruirán, su complacencia y necedad los aniquilarán!” (Proverbios 1:22, 32). Así, pues, la herencia cristiana a la que ya dedicamos otro estudio bíblico, se nutre también de la experiencia de cada nueva generación de creyentes que enriquece nuestra propia experiencia actual con Dios, en la medida en que la estudiemos y tengamos en cuenta con toda la seriedad del caso. En efecto, la experiencia con Dios de los patriarcas, como por ejemplo la justificación por la fe experimentada por Abraham, no es exclusiva, sino que debe, pues, repetirse y revalidarse de nuevo en cada creyente dentro de su propia y particular circunstancia. De hecho, lo que la Biblia recoge en gran medida es el testimonio de las experiencias personales de los grandes hombres de Dios como guía para conducir la nuestra correctamente, no para prescindir de ella, como sale a relucir con abundancia en el libro del patriarca Job al compartir su experiencia con nosotros, así: “La experiencia me ha enseñado que los que siembran maldad cosechan desventura” (Job 4:8); “»La experiencia me ha enseñado la verdad de todo esto. Para bien tuyo, escucha mi consejo»” (Job 5:27); “»Pregunta a las generaciones pasadas; averigua lo que descubrieron sus padres” (Job 8:8); “Las canas y la edad están de nuestra parte, tenemos más experiencia que tu padre” (Job 15:10); “»Si escuchas, yo te explicaré, y te responderé con mi propia experiencia” (Job 19:17 NTV); “Y me dije: ‘Que hable la voz de la experiencia; que demuestren los ancianos su sabiduría’” (Job 32:7). Después de todo, como lo dijera el filósofo judío Karl Popper: “Este no es un mundo que confirme verdades, sino un mundo que refuta errores”, juego de palabras en el que se expresa lo mismo de dos formas diferentes, pues refutar errores ꟷalgo en lo que la experiencia juega un papel irremplazableꟷ es también confirmar verdades.
Porque, si bien es cierto que en el campo de la ciencia el método de “prueba y error” parece ser el único disponible para poder avanzar en conocimiento, no es así en lo que tiene que ver con la sabiduría. Por eso el llamado constructivismo pedagógico, según el cual hoy cada individuo está llamado a construir con base en su propia experiencia individual de “prueba y error” su verdad personal puede ser peligroso y equivocado hasta cierto punto, como se empeñan muchos en sostenerlo citando el verso de Machado que dice: “caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar”. Porque de esta manera cada cual termina, entonces, forjando su propio camino, sin tomar en cuenta la advertencia bíblica al respecto en cuanto a que: “Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero que acaban por ser caminos de muerte” (Proverbios 14:12). Por eso, sin perjuicio de la necesidad que tenemos de aprender por experiencia, nuestras experiencias deben estar orientadas dentro de pautas seguras, pues cada error que se comete en ejercicio del método de “prueba y error” puede ser nefasto para la vida de la persona en cuestión. No por nada la sabiduría popular también ha acuñado el dicho que dice: “cuando todo falla, sigue las instrucciones”. El constructivismo debe, pues, ser orientado dentro de las pautas seguras brindadas por Dios en su Palabra, que a pesar de ser muy amplias como para dar cabida a una muy numerosa gama de experiencias diferentes, establecen de todos modos un rango seguro dentro del cual todas esas experiencias deben encuadrarse. En este sentido, la Biblia no es más que el manual de instrucciones que el ser humano debe seguir para evitar dolorosos, innecesarios, lamentables y casi irreversibles errores[1] y salidas en falso en su experiencia vital, pues: “Toda la escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia” (2 Timoteo 3:16). Errores que pasan elevada cuenta de cobro a nuestro bienestar personal, familiar y comunitario y que podríamos evitar tomando en cuenta a la Biblia en el propósito de adquirir sabiduría puesto que, finalmente, como lo testificó David en relación con su propia experiencia: “Tengo más entendimiento que los ancianos, porque obedezco tus preceptos” (Salmo 119:100)
[1]En realidad, la palabra “error” en muchos casos no es más que un eufemismo para la palabra “pecado”.
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