Una de las acusaciones ligeras que los no creyentes dirigen contra los cristianos es la de rotularlos como fanáticos simplemente por el hecho de que exhiben un compromiso serio con lo que creen y unas convicciones firmes que no están dispuestos a negociar, por lo que la intención peyorativa de este calificativo no tiene en estos casos fundamento alguno. Sin embargo, en un significativo número de ocasiones si lo tiene, pues existe una notoria franja de cristianos que se hacen merecedores de este señalamiento cuando incurren en deplorables actitudes fanáticas desaprobadas en la Biblia. La actitud básica que caracteriza al fanatismo es la de atacar las convicciones de otros en lugar de defender las propias, como lo establecen las Escrituras: “Más bien, honren en su corazón a Cristo como Señor. Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes” (1 Pedro 3:15). Estas son, pues, las dos alternativas que hacen la diferencia entre los creyentes censurablemente fanáticos y los satisfactoriamente radicales en sus convicciones y compromiso con la causa de Cristo. Los periodos históricos de fanatismo exacerbado por parte de la iglesia han desprestigiado de manera lamentable al cristianismo ante el mundo, de tal modo que éste termina pensando que esta censurable actitud es la norma en el cristianismo. No se equivocó Xavier Zubiri cuando dijo que el fanatismo es hacer de la propia religión un ídolo. A partir de lo ya dicho, podemos inferir otras diferencias entre el fanático y el radical. En primer lugar, el fanático mata por sus ideas mientras que el radical muere por ellas, como lo ilustran en el capítulo 7 de libro de los Hechos de los Apóstoles el radical Esteban muriendo apedreado a manos del fanático Saulo de Tarso. Adicionalmente, el fanático es temerario, dispuesto siempre a poner a prueba a Dios en contra de la instrucción bíblica: “»No pongas a prueba al Señor tu Dios, como lo hiciste en Masá” (Deuteronomio 6:16), citada por el propio Señor Jesucristo cuando fue tentado por el diablo: “ꟷTambién está escrito: “No pongas a prueba al Señor tu Dios” ꟷle contestó Jesús” (Mateo 4:7); “ꟷTambién está escrito: “No pongas a prueba al Señor tu Dios” ꟷle replicó Jesús” (Lucas 4:12).
Por oposición, el radical es valiente, como se lo indicó Dios a Josué: “Pero tienes qué esforzarte y ser muy valiente… Escucha lo que te mando: Esfuérzate y sé valiente. No temas ni desmayes, que yo soy el Señor tu Dios, y estaré contigo por dondequiera que vayas.»” (Josué 1:7-9 RVC), sin que esto le impida huir de las batallas que ni siquiera vale la pena pelear: “Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de todo eso, y esmérate en seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia y la humildad” (1 Timoteo 6:11). El fanático lucha contra los “títeres”, el radical contra los “titiriteros” que mueven los hilos, como lo advirtió el apóstol: “Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales” (Efesios 6:12). El fanático aborrece y condena al pecador, el radical aborrece el pecado, pero ama al pecador y trata de ganarlo a pesar de su pecado: “»Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano” (Mateo 18:15). El fanático critica, juzga y condena, como lo describe bien Pablo: “Por tanto, no tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgas a los demás, pues al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya que practicas las mismas cosas.. ¿Piensas entonces que vas a escapar del juicio de Dios, tú que juzgas a otros y sin embargo haces lo mismo que ellos?…” (Romanos 2:1-4). El radical reprende, disciplina y restaura en la convicción de que: “Más vale ser reprendido con franqueza que ser amado en secreto. Más confiable es el amigo que hiere que el enemigo que besa” (Proverbios 27:5-6), consciente de que: “… el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo»” (Hebreos 12:6) y tiene presentes las palabras del Señor: “»No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes. Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes…” (Mateo 7:1-5), poniendo así en práctica lo ordenado por el apóstol: “Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado” (Gálatas 6:1). El fanático hace alarde de su pretendida superioridad moral y espiritual, al estilo del personaje a quien el profeta se refirió con desaprobación pues: “… dice: ‘¡Manténganse alejados! ¡No se me acerquen!¡Soy demasiado sagrado para ustedes!’ Todo esto me fastidia como humo en la nariz; ¡es un fuego que arde todo el día!” (Isaías 65:5).
Al fin y al cabo: “El Señor aborrece a los arrogantes. Una cosa es segura: no quedarán impunes” (Proverbios 16:5). Por contraste, el radical es humilde y atiende el consejo: “No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos…” (Filipenses 2:3-4). El radical es maduro, mientras que el fanático es inmaduro y da pie a las siguientes descalificaciones, tanto de parte del apóstol Pablo: “Yo, hermanos, no pude dirigirme a ustedes como a espirituales, sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo. Les di leche porque no podían asimilar alimento sólido, ni pueden todavía, pues aún son inmaduros…” (1 Corintios 3:1-4), como del apóstol Pedro: “deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su salvación” (1 Pedro 2:2), y del inspirado autor de la epístola a los Hebreos: “En realidad, a estas alturas ya deberían ser maestros, y sin embargo necesitan que alguien vuelva a enseñarles las verdades más elementales de la palabra de Dios. Dicho de otro modo, necesitan leche en vez de alimento sólido…” (Hebreos 5:12-14). El fanático es legalista, atado a normas sin sentido y se hace merecedor de la siguiente amonestación: “Si con Cristo ustedes ya han muerto a los principios de este mundo, ¿por qué, como si todavía pertenecieran al mundo, se someten a preceptos tales como: «No tomes en tus manos, no pruebes, no toques»? Estos preceptos, basados en reglas y enseñanzas humanas, se refieren a cosas que van a desaparecer con el uso. Tienen sin duda apariencia de sabiduría, con su afectada piedad, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa” (Colosenses 2:20-23). En cambio, el radical es libre y responde con solvencia por sus actos: “Les hablo así, hermanos, porque ustedes han sido llamados a ser libres; pero no se valgan de esa libertad para dar rienda suelta a sus pasiones. Más bien sírvanse unos a otros con amor” (Gálatas 5:13). En fin, el fanático parece: “Aparentarán ser piadosos, pero su conducta desmentirá el poder de la piedad…” (2 Timoteo 3:5), mientras el radical es. Así, los creyentes radicales son, en síntesis, aquellos que defienden sus convicciones sin fanatismos, como lo indican las Escrituras: “… un siervo del Señor no debe andar peleando; más bien… humildemente, debe corregir a los adversarios, con la esperanza de que Dios les conceda el arrepentimiento para conocer la verdad…” (2 Timoteo 2:24-26).
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