Retomando el relato alrededor de la tribu de Dan y su campaña militar para establecerse en el norte de Canaán, en la ciudad de Lais o Lesén, a la que finalmente designaron como Dan, y en la que el rey Jeroboán, durante la época del reino dividido, erigió y consagró uno de los dos becerros de oro para establecer así en Dan y en Betel los dos santuarios paganos del reino del Norte que pretendían competir con el santuario legítimo de Jerusalén en el reino del Sur y desviar a los israelitas de la adoración debida a Dios; cabe añadir ahora que al escoger a Dan para erigir uno de sus santuarios por su estratégica posición geográfica en el norte, Jeroboán tal vez haya tenido también en cuenta que esta ciudad ya tenía antecedentes al respecto con la “fe a mi manera” de sus habitantes iniciales, pues estos robaron los ídolos y el efod del santuario pagano de Micaías, llevándose también con ellos al levita que éste había finalmente contratado para tratar de darle alguna legitimidad a su santuario doméstico y al establecerse en Dan: “Allí erigieron para sí la imagen tallada y Jonatán, hijo de Guersón y nieto de Moisés, y sus hijos fueron sacerdotes de la tribu de Dan hasta el tiempo del exilio. Instalaron la imagen tallada que había hecho Micaías, y allí quedó todo el tiempo que el santuario de Dios estuvo en Siló” (Jueces 18:30-31), razón que explique tal vez por qué la tribu de Dan fue omitida finalmente de la mención que el apóstol Juan hace de todas ellas en el libro del Apocalipsis en relación con los 144.000 sellados
Erigieron para sí la imagen tallada
“La tribu de Dan traicionó su legado con su agresividad e idolatría al punto de que su nombre se omite al final en la lista de las tribus de Israel”
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