Jeroboán fue un personaje tristemente célebre en Israel, no propiamente por ser quien, conforme al anuncio de juicio divino sobre Salomón por su apostasía al final de su vida, dividió el reino al levantarse al frente de diez de las doce tribus, con excepción de Judá y Benjamín, en contra de Roboán, hijo de Salomón, rompiendo con él para reinar sobre las diez tribus en lo que se conoce como el Reino del Norte o Israel en oposición al Reino del Sur o Judá en cabeza de Roboán y sus descendientes. Su mala fama se debió a que levantó dos altares paganos en el extremo sur y en el norte de su reino, en Betel y Dan respectivamente, en los que erigió ofensivos becerros de oro en competencia y oposición al legítimo templo de Jerusalén establecido para este fin. Como tal quedó bajo el juicio de Dios y su nombre estuvo asociado a este episodio y fue evocado posteriormente de manera repetida como una ilustración de cuán bajo podían caer los reyes de Israel. Por eso, cuando su hijo enfermó, acudió al profeta Ahías bajo engaño para tratar de obtener de él un pronóstico favorable: “Así que la esposa de Jeroboán emprendió el viaje a Siló y fue a casa de Ahías. Debido a su edad, Ahías había perdido la vista y estaba ciego. Pero el Señor le había dicho: «La esposa de Jeroboán, haciéndose pasar por otra, viene a pedirte información acerca de su hijo, que está enfermo. Quiero que le des tal y tal respuesta»” (1 Reyes 14:4-5). Respuesta desfavorable que demuestra que a Dios no lo podemos manipular para oír lo que queremos oír, sino que Él nos dirá siempre lo que necesitamos escuchar
Estaba ciego
“No podemos engañar a Dios cuando obramos mal para que nos diga lo que queremos oír y no las amonestaciones que necesitamos escuchar de Su parte”
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