Esforcémonos por entrar en ese reposo

Dios estableció que, al igual que Él lo hizo luego de culminar su actividad creadora: “Al llegar el séptimo día, Dios descansó porque había terminado la obra que había emprendido” (Génesis 2:2); los seres humanos descansemos también cada siete días de nuestras labores y actividades cotidianas para honrar a Dios de manera especial en el día de reposo. Así, pues, el reposo de Dios ꟷcon todo y que, a diferencia de nosotros, Él “No se cansa ni se fatiga” (Isaías 40:28)ꟷ es la base para establecer y justificar la inclusión del reposo semanal como el cuarto mandamiento del decálogo, invitándonos así a entrar en Su reposo mediante la rendición, conversión y consagración a Él que estamos llamados a renovar cada día de reposo literal, como la epístola a los Hebreos nos advierte y nos exhorta a hacerlo: “Cuidémonos, por tanto, no sea que, aunque la promesa de entrar en su reposo sigue vigente, alguno de ustedes parezca quedarse atrás… Por consiguiente, queda todavía un reposo especial para el pueblo de Dios; porque el que entra en el reposo de Dios descansa también de sus obras, así como Dios descansó de las suyas. Esforcémonos, pues, por entrar en ese reposo, para que nadie caiga al seguir aquel ejemplo de desobediencia” (Hebreos 4:1, 9-11). Un reposo que, a juzgar por la actividad sustentadora de Su creación ya terminada que Dios continúa, sin embargo, llevando a cabo en el curso de él: “Mi Padre aún hoy está trabajando, y yo también trabajo” (Juan 5:17), implica para nosotros disfrutar de nuestro trabajo cotidiano y también de las actividades que llevamos a cabo para descansar de él