Dos de los argumentos naturales clásicos a favor de la existencia de Dios son los llamados “argumento cosmológico” que parte de este universo ordenado (cosmos significa “orden” en griego) para atribuir este orden a Dios; y el “argumento teleológico” o del diseño que gira alrededor del propósito y funcionalidad precisa y particular (telos significa “propósito” o “finalidad” en griego) que las diferentes estructuras del universo que la ciencia ha podido estudiar reflejan, para reforzar la conclusión de que este propósito no puede atribuirse sino a una inteligencia superior que ha creado todo con un propósito evidente, Inteligencia Superior que no sería otra que la de Dios. Por supuesto, la ciencia ha descubierto propósitos y finalidades muy específicos, detallados, complejos y sofisticados en todo lo que existe, de tal manera que para la persona del común es muy difícil conocerlos, abarcarlos y entenderlos, pues su identificación y comprensión únicamente está al alcance de las diferentes especialidades científicas que los estudian minuciosa, metódica y sistemáticamente. Todos estos descubrimientos convergen en lo que la ciencia designa como “ajuste fino” y “principio antrópico”, nociones que recogen todos estos descubrimientos para llevarlos a sus conclusiones más racionalmente obvias: la existencia de Dios. Con todo, la Biblia ya nos habla con sencillez de este propósito: “Y dijo Dios: «¡Que haya luces en el firmamento que separen el día de la noche; que sirvan como señales de las estaciones, de los días y de los años, y que brillen en el firmamento para iluminar la tierra!» Y sucedió así” (Génesis 1:14-15)
El argumento del diseño
“La idea de finalidad y propósito se encuentra presente de tal modo en los seres del universo que el universo mismo debe tener un propósito"
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