Uno de los anhelos más sentidos de Job y de todo ser humano cuando pasa por situaciones de aflicción, independiente de que sean merecidas o inmerecidas, es poder apelar a Dios contando con alguien que testifique a nuestro favor y que abogue o interceda por nosotros ante Él. Y Job, en medio de su dolor, se levanta en un momento dado para declarar al respecto con plena seguridad que, más allá de los señalamientos de sus amigos: “Ahora mismo tengo en los cielos un testigo; en lo alto se encuentra mi abogado. Mi intercesor es mi amigo y ante Dios me deshago en lágrimas para que interceda ante Dios en favor mío, como quien apela por su amigo” (Job 16:19-21). Job nos revela aquí incidentalmente a Jesucristo, el testigo a nuestro favor, nuestro abogado, nuestro intercesor y nuestro amigo en el tribunal divino delante de Dios Padre Quien, en virtud de su justicia, también debe actuar como Juez y no sólo como Padre y no puede, por tanto, hacer la vista gorda ante nuestros pecados sin castigarlos como es debido, como de hecho lo hizo cuando Cristo cargó con ellos y tomó nuestro lugar en la cruz. En efecto, el Nuevo Testamento confirma el papel de Cristo en este sentido cuando se afirma de Él que se halla ahora a la diestra del Padre, añadiendo luego: “Por eso también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25), confirmado así por el apóstol Juan: “Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no pequen. Si alguno ha pecado, tenemos un abogado ante el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1 RVA)
En lo alto se encuentra mi abogado
"El anhelo, la esperanza y la confianza de Job en poder contar con un abogado en el cielo encuentra su cumplimiento literal en la persona de Cristo”
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