Un episodio del Antiguo Testamento anticipa la famosa multiplicación milagrosa de los panes y los peces llevada a cabo por el Señor y registrada en los evangelios. Se trata de la ocasión en que la viuda de un miembro fiel y temeroso de Dios de la comunidad de los profetas, sumida en las deudas y la escasez a la muerte de su esposo a tal grado que, para poder pagarlas y sobrevivir, estaba a punto de tener que entregar a sus hijos como esclavos al acreedor, acudió al profeta Eliseo para pedir su ayuda. En respuesta éste le preguntó si tenía algo en casa, a lo que ella respondió que lo único que le quedaba era un poco de aceite. El profeta la instruyó para que consiguiera la mayor cantidad de vasijas que le fuera posible y las fuera llenando con ese poco de aceite. La mujer obedeció y: “Enseguida la mujer dejó a Eliseo y se fue. Luego se encerró con sus hijos y empezó a llenar las vasijas que ellos le pasaban. Cuando ya todas estuvieron llenas, ella pidió a uno de sus hijos que le pasara otra más y él respondió: «Ya no hay». En ese momento se acabó el aceite” (2 Reyes 4:5-6). Si bien este episodio corrobora el hecho de que Dios multiplica lo que ya tenemos y que nos pide, por tanto, que hagamos nuestra parte poniendo nuestros panes y nuestros peces o, lo que es lo mismo, nuestro poco de aceite como la viuda, también nos revela que la provisión de Dios llega únicamente en proporción a nuestra medida de fe, simbolizada aquí en las vasijas conseguidas por la viuda, pues por lo demás: “… Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie” (Santiago 1:5)
En ese momento se acabó el aceite
“El aceite de la viuda ilustra el hecho de que la provisión de Dios para suplir nuestras necesidades depende en buen grado de nuestra medida de fe”
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