La belleza, funcionalidad y armonía originales del universo fueron significativamente malogradas con la caída en pecado del género humano, de modo que las relaciones armónicas entre los seres humanos se echaron a perder en buena medida, así como las relaciones con la naturaleza que nos sustenta y en la que nos desenvolvemos, al punto que ésta última se torna hostil en muchos casos y la solidaridad que estábamos llamados a manifestarnos los unos a los otros se rinde también al egoísmo y el individualismo por los cuales cada uno trata de ver únicamente por sus intereses y nada más. Este estado de cosas se torna amenazante haciendo que el temor sea una reacción lógica que puede asaltarnos e invadirnos con mucha facilidad, nublando nuestra percepción de las cosas y llegando a paralizarnos para las acciones provechosas. Es así como surgen en nuestras vidas temores muy diversos que se pueden convertir en compulsivos e irracionales, tales como las diversas “fobias” que hacen presa de muchos. La fe brinda herramientas para lidiar con ventaja con estos temores al sabernos amados por Dios y facultados para apelar a Él en oración con toda confianza para manifestarle nuestras necesidades y temores que Su amor, entonces, disipa mediante el perdón que nos ofrece: “Ese amor se manifiesta plenamente entre nosotros para que en el día del juicio comparezcamos con toda confianza, porque en este mundo hemos vivido como vivió Jesús. En el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Juan 4:17-18)
En el amor no hay temor
“Todos los temores compulsivos con los que a diario vivíamos pierden fuerza cuando nos rendimos arrepentidos al amor de Dios”
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