En los escritos inspirados del apóstol Juan encontramos dos afirmaciones muy importantes en relación con Dios. En primer lugar, Jesucristo declaró en Juan 14:6 que Él es la verdad. Y en 1 Juan se afirma que Dios es amor. Así, pues, Dios es al mismo tiempo la verdad final que se encuentra detrás de todo lo que existe, como el amor que nos vincula a los unos con los otros como la fuerza cohesiva y unificadora que tiende a unir a todas las criaturas en un todo armónico en el que cada uno ocupa su lugar adecuado en relación con los demás en un estado de plenitud, reconocimiento y satisfacción completos. No se puede, entonces, conocer la verdad sin amarla, ni tampoco amar lo que no es verdadero a sabiendas y con plena conciencia. Los creyentes en Cristo debemos cultivar, de manera consecuente, el amor a la verdad donde quiera y como quiera que ésta se manifieste o revele, comenzando, por supuesto, por Dios mismo en la cúspide de todo lo que amamos, pero también, subordinado a este amor, amar a nuestro prójimo y a nuestros semejantes, con ese amor que procede de Dios y que la Biblia describe como “el vínculo perfecto” (Colosenses 3:14), capaz de cubrir múltiples pecados, amor que el apóstol afirma que ha sido derramado en nuestros corazones por Dios mismo a fin de capacitarnos para amar de manera semejante a como Él nos ama a nosotros. Por eso: “Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4:7-8)
El que no ama no conoce a Dios
“La verdad y el amor son las dos caras de Dios de donde no se puede conocer a Cristo, la Verdad, sin llegar a amarlo o viceversa”
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