En virtud de nuestra finita y limitada condición temporal, el relevo generacional es algo inevitable y necesario para todas las culturas y sociedades humanas, incluido entre ellos el pueblo de Dios. Pero es deseable y está en gran medida al alcance de nuestras posibilidades y responsabilidades que este relevo se dé en forma natural y sin especiales traumatismos y no como producto del juicio o la disciplina de Dios sobre las generaciones salientes, como lamentablemente sucedió con Israel durante su travesía por el desierto en dirección a la tierra prometida, a la que, con las excepciones de Josué y Caleb, no pudo ingresar ningún miembro de la generación de israelitas que crecieron en Egipto debido al juicio de Dios sobre ellos y únicamente lo lograron las generaciones más jóvenes que crecieron en el desierto y que, en virtud de su mayor obediencia y confianza obtenida justamente en medio de las difíciles circunstancias del desierto y en gran medida gracias a ellas, pudieron emprender bajo la guía de Dios la conquista de la tierra prometida y tomar posesión de ella. Los dos censos llevados a cabo en el libro de Números, al comienzo y al final de él registran, entonces, a generaciones drásticamente diferentes, como se halla implícito en la instrucción divina dada a Moisés para realizar el último de ellos: “Después de la mortandad, el Señor les dijo a Moisés y al sacerdote Eleazar hijo de Aarón: «Hagan un censo de toda la comunidad israelita por sus familias patriarcales. Enlisten a los varones mayores de veinte años, que sean aptos para el servicio militar en Israel»” (Números 26:1-2)
El relevo generacional
“Dios espera que el relevo generacional que la fe involucra se deba al mero paso del tiempo y no a medidas disciplinarias drásticas de Su parte”
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