Asociada a la declaración de David que afirma: “Pero tú, Señor, eres Dios clemente y compasivo, lento para la ira, y grande en amor y verdad” (Salmo 86:15), encontramos esta otra de Asaf: “Sin embargo, él les tuvo compasión; les perdonó su maldad y no los destruyó. Una y otra vez contuvo su enojo y no se dejó llevar del todo por la ira. Se acordó de que eran simples mortales, un efímero suspiro que jamás regresa” (Salmo 78:38-39), en la que se añaden algunos detalles alrededor del mismo asunto que nos permiten comprender un poco más el hecho de que la pauta del trato de Dios con los hombres no sea ꟷcomo bien podría y debería ser si de justicia estricta se trataraꟷ, la ejecución sumaria de cada uno de nosotros cuando pecamos de cualquier manera, que procede del hecho de que la ira de Dios no es nunca algo arbitrario, sino algo justo en todos los casos, en conformidad con el principio establecido desde el comienzo de que “… la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23). Esos detalles consisten en que el amor y la misericordia por los cuales Dios refrena su ira sobre los hombres reduciéndola a su mínima expresión y a lo estrictamente necesario obedecen no solo a que Él experimenta mayor deleite cuando es misericordioso que cuando es justo, sino que también influye en ello el que Dios tome en cuenta nuestra condición existencial, pues: “Él conoce de qué hemos sido formados; recuerda que somos polvo. El hombre es como la hierba, sus días florecen como la flor del campo: cuando el viento pasa desaparece sin dejar rastro alguno” (Salmo 103:14-16)
Él recuerda que somos polvo
"Aunque la ira de Dios no es arbitraria, sino una manifestación de Su justicia siendo, por tanto, merecida, Él la reduce siempre a su mínima expresión”.
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