La Biblia nos revela que el mundo es un campo de batalla entre las fuerzas del bien lideradas por Dios y las fuerzas del mal lideradas por el querubín rebelde: Satanás y sus huestes. La humanidad se encuentra en medio de este fuego cruzado tomando partido a favor de uno u otro bando, ya sea de manera activa como lo hacen los cristianos al elegir el bando de Dios, o eligiendo por defecto y omisión, como lo hacen la mayoría de no creyentes que, sin estar abiertamente en contra de Dios, son sin embargo indiferentes hacia Él y se convierten fácilmente en carne de cañón del enemigo. Sin embargo, este no es un enfrentamiento que se da en los términos de las religiones dualistas en las que se concibe a dos poderes iguales e independientes detrás de todo lo que existe, uno de ellos bueno y otro malo, con pronóstico incierto. Más bien, como lo dice C. S. Lewis: “El cristianismo está de acuerdo con el dualismo en que este universo está en guerra. Pero no cree que sea una guerra entre poderes independientes. Cree que es una guerra civil, una rebelión, y que estamos viviendo en una parte del universo ocupada por los rebeldes… eso es lo que es este mundo”. Por eso, los rebeldes serán vencidos y puestos en su lugar en el momento establecido, momento en que ya no será posible elegir bando, pues todas las decisiones al respecto ya estarán tomadas. Pero a quienes ya hemos elegido el bando de Dios, Él nos tranquiliza y asegura que, a pesar de las apariencias en contra: “Ustedes… son de Dios y han vencido… porque el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4)
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