El inexperto, el necio y el insolente
Los libros sapienciales de la Biblia son los que se dedican, como su nombre lo indica, a la búsqueda y exaltación de la sabiduría práctica en la vida. Entre estos se destaca, por supuesto, el libro de los Proverbios. Y en este libro se caracterizan, por contraste y oposición a los sabios, a tres tipos de personas con rasgos definidos y diferenciados entre sí que constituyen una especie de escalamiento creciente en el grado de oposición a la sabiduría que cada una de ellas exhibe. Así, en primer lugar, nos encontramos con los simples o inexpertos, también designados como incautos, ingenuos, imprudentes e incluso como tontos en algunas traducciones demasiado parafraseadas de la Biblia. A ellos se dirige en primera instancia el libro de los Proverbios mediante esta invitación que la sabiduría personificada les formula: “Ustedes los inexpertos, ¡adquieran prudencia! Ustedes los necios, ¡obtengan discernimiento… «¡Vengan conmigo los inexpertos! ꟷdice a los faltos de juicioꟷ” (Proverbios 8:5; 9:4). Ahora bien, la línea que separa a los inexpertos de los necios es muy difusa y sutil, al punto que, de no tomar medidas para corregir su condición de inexpertos con prontitud, estos pueden terminar convirtiéndose muy rápidamente en necios, pues: “Herencia de los inexpertos es la necedad; corona de los prudentes, el conocimiento” (Proverbios 14:18). Sea como fuere, el inexperto aún no exhibe las malas actitudes del necio y su ya proverbial resistencia a la sabiduría, sino que lo que lo caracteriza es la ignorancia, la ingenuidad y la inexperiencia que, de cualquier modo, lo pueden llevar a meterse en dificultades, como podemos leerlo: “El prudente ve el peligro y busca refugio; el inexperto sigue adelante y sufre las consecuencias” (Proverbios 22:3), algo que no lleva a cabo a sabiendas y con plena conciencia. De hecho, los inexpertos pueden todavía ser avisados y aprender por la instrucción y la experiencia ajena sin tener que sufrir ellos mismos las consecuencias, sino observando la experiencia de terceros, como se deduce de lo siguiente: “Golpea al insolente y se hará prudente el inexperto; reprende al entendido y ganará en conocimiento” (Proverbios 19:25) y por lo mismo, si se disponen con humildad y no se endurecen a la invitación que la sabiduría les formula, pueden llegar a ser sabios sin sufrir las consecuencias dolorosas de los siguientes dos grupos.
En segundo lugar, encontramos a los necios, una categoría de personas a quienes el libro de Proverbios y la Biblia en general identifica y censura de manera insistente y repetida. De hecho, la necedad acecha a todos los seres humanos desde la infancia y solo la disciplina correctiva puede mantenerla a raya sin que haga presa de nosotros, como se nos revela en los Proverbios: “La necedad es parte del corazón juvenil, pero la vara de la disciplina lo corrige” (Proverbios 22:15). Una de las características de los necios es su negativa a tener presente a Dios en sus consideraciones y a ser indiferentes hacia Él, como el rico de la parábola evangélica que, en vista del incremento de sus riquezas y las nuevas problemáticas que esto podía implicarle, decidió simplemente construir depósitos más grandes para almacenarlas y seguir dándose la gran vida, a lo cual Dios le replicó sentenciosamente: “… ‘¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la vida. ¿Y quien se quedará con lo que has acumulado?” (Lucas 12:20). Los necios, además, hacen gala de su necedad: “El hombre prudente no muestra lo que sabe, pero el corazón de los necios proclama su necedad” (Proverbios 12:23). Y lo hace a las primeras de cambio, cuando abre la boca, pues: “La lengua de los sabios destila conocimiento; la boca de los necios escupe necedades” (Proverbios 15:2). En efecto, su locuacidad se une de tal manera a su deseo egocéntrico de ser el centro de atención que se nos advierte respecto de él: “El que es sabio atesora el conocimiento, pero la boca del necio es un peligro inminente” (Proverbios 10:14), por lo cual su compañía no se recomienda, pues: “El que con sabios anda, sabio se vuelve; el que con necios se junta, saldrá mal parado” (Proverbios 13:20). Y es que los necios son contenciosos y con demasiada frecuencia: “Los labios del necio son causa de contienda; su boca incita a la riña” (Proverbios 18:6). De hecho, se nos informa con algo de sarcasmo que: “hasta un necio pasa por sabio si guarda silencio; se le considera prudente si cierra la boca” (Proverbios 17:28).
La tercera categoría que refleja el mayor grado de resistencia y oposición a la sabiduría es la de los insolentes o escarnecedores. El salmo primero hace referencia a ellos advirtiéndonos para no cultivar su amistad, traduciendo el término hebreo letz indistintamente como escarnecedor, burlón o blasfemo, todos ellos rasgos propios del insolente en la Biblia. La versión Reina Valera del 60 nos da una definición precisa de ellos en la traducción que hace de Proverbios 21:24 que dice así: “Escarnecedor es el nombre del soberbio y presuntuoso que obra en la insolencia de su presunción”. En efecto, el insolente o escarnecedor refleja tal grado de necedad que hace escarnio y burla de todo con pasmosa e indignante irreverencia. El glosario de la NVI nos indica que este término, como quiera que se le traduzca: “alude a quienes no tienen respeto por nada ni nadie, ni siquiera por Dios”. Por todo lo anterior, la Biblia recomienda que no intentemos siquiera corregirlos, pues: “El que corrige al burlón se gana que lo insulten; el que reprende al malvado se gana su desprecio, No reprendas al insolente, no sea que acabe por odiarte; reprende al sabio y te amará” (Proverbios 9:7-8). Y es que, como podemos deducirlo también: “Al insolente no le gusta que lo corrijan, ni busca la compañía de los sabios” (Proverbios 15:12). Suelen ser incendiarios y provocadores, en grado superior al de los necios ya mencionado, por lo que en muchos casos lo que procede en un pleito es: “Despide al insolente y se irá la discordia y cesarán los pleitos y los insultos” (Proverbios 22:10). Son alborotadores por vocación y contradictores de todo casi por deporte: “Los insolentes conmocionan a la ciudad, pero los sabios apaciguan los ánimos” (Proverbios 29:8), llevando las intrigas de los necios a escalas mayores y convirtiéndose por lo mismo en personas no gratas e indeseables: “Las intrigas del necio son pecado, y todos aborrecen los insolentes” (Proverbios 24:9). Es posible que la recomendación de la epístola de Judas haga alusión a estos tres tipos de personas cuando nos instruye de este modo: “Tengan compasión de los que dudan [¿los inexpertos?]; a otros [¿los necios?], sálvenlos arrebatándolos del fuego. Compadézcanse de los demás [¿los insolentes?], pero tengan cuidado, aborrezcan hasta la ropa que haya sido contaminada por su cuerpo” (Judas 1:22-23).
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