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El pecado, parásito invasor

“El pecado no forma parte de la condición humana original. Por eso Cristo pudo ser hombre sin pecar, marcándonos así el camino”

El reconocimiento universal de la imperfección moral del ser humano que se traduce en las conocidas frases suscritas por todo el mundo en el sentido de que “errar es humano” y de que “nadie es perfecto” es, ciertamente, un testimonio que ratifica la afirmación bíblica sobre la radical pecaminosidad del hombre. Pero la universalidad del pecado en el género humano no debe llevarnos a concluir que el pecado sea algo inherente a la condición humana, pues el pecado es un parásito, un invasor de la buena creación de Dios que no afectaba a nuestros primeros padres antes de la caída, ni afectó tampoco al Señor Jesucristo en su paso histórico por este mundo en su plenitud humana, como nos lo informa el inspirado autor sagrado: “Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos. Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos” (Hebreos 4:14-16). Así, Agustín afirmaba que antes de la caída el ser humano podía o no pecar, pero que luego de la caída peca siempre, de un modo u otro. Los redimidos por Cristo podemos, de nuevo, pecar o no pecar, y ciertamente pecamos todavía más de lo quisiéramos reconocerlo. Pero después del regreso de Cristo para instaurar su reino ya no pecaremos de ningún modo.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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