La amistad y lealtad surgida entre David y Jonatán fue tan fuerte y sincera que sobrevivió a los conflictos posteriores entre la dinastía de Saúl ꟷde la que Jonatán formaba parte como su hijoꟷ y la de David por la sucesión del trono de Israel, luego de que Saúl se volvió y la emprendió sin justificación alguna contra David y procuraba por todos los medios matarlo, en contra de las protestas de su hijo Jonatán por este arbitrario proceder. La lealtad de Jonatán con David fue tal que lo llevó, entonces, a arriesgarse a ponerse en contra de su propio voluble e imprevisible padre y de los intereses políticos de la familia para mantenerse en el poder a toda costa, mediante la eliminación y exterminio de todos los que pudieran aspirar a él o reivindicar su derecho al trono, iniciativas muy comunes dentro de los convencionalismos sociales de la época por las que todos los reyes de la antigüedad se sentían con el derecho de llevar a cabo estas purgas para eliminar a todos sus rivales políticos. Por eso David y Jonatán ratificaron la firmeza de su amistad mediante un pacto en contravía con estas convenciones y todo lo que ellas implicaban para David cuando ascendiera al trono, comprometiéndolo en nombre de esta amistad a respetar y proteger a la familia de Jonatán del exterminio por consideraciones políticas: “¡Que el Señor pida cuentas de esto a tus enemigos! De ese modo Jonatán hizo un pacto con la familia de David, pues quería a David como a sí mismo. Por ese cariño que le tenía, pidió a David confirmar el pacto bajo juramento” (1 Samuel 20:16-17)
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