Karma, gurus y yoga
El hinduismo es, en cuanto al número de adeptos o seguidores, la tercera de las religiones del mundo después del cristianismo en sus tres grandes ramas, y el islamismo. Se estima en cerca de 1.200 millones de seguidores en la actualidad, de los cuales la gran mayoría se encuentran en la India. Justamente, los términos Indio e Hindú tienden a confundirse, y aunque la evolución de este último término hasta hacer prevalecer su sentido religioso actual ha estado superpuesto a su sentido étnico y nacional durante algunos periodos de su historia, hoy por hoy en Occidente se ha llegado a imponer el uso de “hindú” para señalar la religión como tal, e “Indio” para indicar la nacionalidad, de tal suerte que no todo Indio tiene por fuerza que ser hindú (aunque una gran proporción de los Indios son hindúes), ni todo hindú, Indio. Esto sin mencionar la confusión que puede presentarse igualmente con el término Indio que, si bien en principio aludía exclusivamente a los nacidos en la India, también llegó a designar a los pueblos o razas indígenas de América, a veces de manera peyorativa. Aquí sucede, pues, algo similar a la confusión que se da entre árabes y musulmanes ya señalada también en la conferencia relativa al Corán y el Islam.
En nuestra visión panorámica alrededor de los textos sagrados de algunas de las más significativas religiones actuales, además del cristianismo del que se presume que los lectores formamos parte, al igual que el suscrito; solo nos ocuparemos del hinduismo como el único representante de las religiones del Lejano Oriente, dejando de lado a otras como el shintoismo japonés, y, en China, el confucionismo de Confucio y el taoísmo de Lao-tsé, debido a su casi nula presencia en la cultura occidental moldeada por el judeocristianismo, así como haremos también caso omiso de disidencias del hinduismo como lo es el budismo, con todo y que éste último sí ha venido haciendo presencia en Occidente a la par con el hinduismo del que procede y del que se separó en su momento y con el que tiene de todos modos en común nociones que han llegado a ser conocidas y divulgadas en el entorno cultural occidental, tales como los conceptos de reencarnación, karma y prácticas ya populares como el yoga.
El hinduísmo es la forma final asumida por el brahamanismo original, que fue la religión ancestral de la India que giraba alrededor de los brahmanes, sacerdotes pertenecientes a la casta más alta del sistema de castas hindú. Justamente, es en relación con esta etapa de la historia del hinduismo que encontramos sus textos sagrados más antiguos: los Vedas, redactados por escrito entre el 1500 y el 800 a. C. durante la invasión de los arios o pueblos indoeuropeos a la India para imponer su dominio en ella. Fue a raíz de esta invasión que se estableció en la India lo que se conoce actualmente como el “sistema de castas” que impera en ella y que quedó sancionado en los Vedas y ha dado lugar e institucionalizado buena parte de las desigualdades, discriminaciones e injusticias sociales en la India ejercidas en contra de la casta inferior de los “paria” o “intocables”, que constituyen la mayoría de su población.
La mayor parte del conocimiento que hoy tenemos de este periodo de la historia de la India procede, precisamente, de los Vedas, que en el idioma sanscrito antiguo de la India (considerado dentro del hinduismo como el lenguaje sagrado, como lo es entre los judíos el hebreo y entre los musulmanes el árabe), significa “conocimiento”, y que consisten, como nos lo informa César Vidal, en “un conjunto de escritos sagrados agrupados en cuatro colecciones conocidas como ’Rig-Veda’, ‘Sama-Veda’, ‘Yahur-Veda’ y ‘Atharva-Veda’… Compuestas en védico, una forma antigua del sanscrito”. En cuanto a su contenido, sigue diciéndonos César Vidal que: “El ‘Rig-Veda’ contiene en torno a un millar de himnos… utilizados para invocar a los dioses” que en la tradición hindú son innumerables, independiente de la jerarquía que se les asigne y que no es, además, compartida por todos sus adeptos. “El ‘Sama-Veda’ consta de pasajes en verso tomados en su mayoría del ‘Rig-Veda’ y utilizados por los ‘udgatri’ (cantores). El ’Yahur-Veda’ contiene fórmulas para los sacrificios… de uso sacerdotal. El ‘Atharva-Veda’ es una colección de hechizos y conjuros”.
Avanzando un poco, encontramos el segundo grupo de libros sagrados del hinduísmo: Las Upanishad, compiladas entre el año 800 y el 500 a. C., cuando ya el sistema de castas estaba plenamente establecido y arraigado, tal y como se exponía en los Vedas en general, y en el más antiguo de ellos en particular: el Rig-Veda. Cómo nos lo informa César Vidal, fue en las Upanishad donde: “se introdujo un elemento llamado a tener una importancia enormemente trascendental, ya que prácticamente definiría el futuro del hinduismo y, además, marcaría la estratificación social del país durante milenios. Nos referimos a la creencia en la reencarnación… aceptada con relativa rapidez [a pesar de todas sus inconsistencias lógicas y su carácter no probado] ꟷen las ‘Upanishads’… prácticamente toda la reflexión teológica gira en torno a ellaꟷ, en la medida en que proporcionó un extraordinario instrumento de estabilidad social en una época caracterizada precisamente por los disturbios. En virtud de la creencia en la ley del ‘karma’, que obliga a los seres humanos a reencarnarse para ir purgando sus actos incorrectos de vidas anteriores, la opresión implantada por los arios, la injusticia extendida sobre la aplastante mayoría de la población y, muy especialmente, el sistema de discriminación racial encarnado en las castas pasaron a verse legitimados espiritualmente”.
Los disturbios sociales a los que hace referencia Vidal se ven claramente ilustrados en el hecho de que es justo en esta época cuando surgen las tal vez más conocidas disidencias religiosas del hinduismo: el budismo, asociado a la figura de Siddharta Gautama, más conocido como Buda, y el jainismo, fundado por Mahavira, pues como nos lo informa la especialista Vasudha Narayadan, estudiosa y seguidora del hinduismo, ambos personajes, y otros junto a ellos no tan renombrados como ellos: “cuestionaron e, incluso, rechazaron las estructuras autoritarias de la religión india tradicional, como el liderazgo religioso de la casta sacerdotal (los brahmanes), el sistema de castas en sí y el rango [de autoridad] de los ‘Vedas’”, que fueron también los aspectos más cuestionados del hinduismo por parte de los misioneros cristianos británicos, como continua diciéndonos nuestra citada especialista: “Muchas prácticas sociales y religiosas de los hindúes, especialmente la «idolatría» y el sistema de castas, fueron severamente criticadas por los misioneros europeos y otras personalidades, y algunas de ellas, como la ‘sati’ (la cremación de viudas junto con sus maridos), fueron prohibidas”.
En relación con la creencia en la reencarnación y el karma, sigue diciéndonos Vidal al respecto que: “Si el campesino sufría bajo la explotación del señor ario, no había que contemplar tal hecho como una arbitrariedad del dominador, sino más bien como una consecuencia de las maldades cometidas en otra vida por el dominado. Tal creencia, que obviamente reportaba beneficios a los explotadores, servía también de consuelo a los explotados. La experiencia cotidiana le indicaba hasta qué punto resultaba imposible emanciparse de su dura servidumbre, pero la creencia en la reencarnación le impulsaba a creer en la posibilidad de subir o descender aún más en la siguiente vida. No resulta extraño que esta visión desplazara el centro de atención religiosa vinculado a la casta sacerdotal hacia la preocupación por asegurarse una situación menos sombría en futuras vidas y, sobre todo, hacia liberarse finalmente (‘moksa’) del terrible ciclo de las reencarnaciones (samsara)… En gran medida, la tarea espiritual de las ‘Upanishads’ consistió precisamente en mostrar vías diferentes ꟷy en buena medida, contradictoriasꟷ de escapar de tan terrible rueda de vidas”.
Esto no significa que éste sea el único tema abordado en las Upanishad, pues Vidal también aclara que: “El tema principal de las Upanishads es la naturaleza del ‘Brahman’, el alma universal, y la doctrina fundamental expresada es la identidad del ‘atman’ o el alma más interior de cada individuo, con el brahmán. Con todo, ese tema coexiste con otros como la reflexión sobre el sentido de la vida, el culto, la escatología y, sobre todo, como ya hemos indicado, la doctrina de la reencarnación de las almas”. Éste último es, pues, el tema práctico más urgente del hinduismo, como lo corrobora también una vez más Vasudha Narayadan al informarnos que: “Una de las características diferenciales de las religiones que se han originado en el subcontinente indio es la creencia en el ‘karma’, concepto que surgió por primera vez hacia el siglo VII a. C.. ‘Karma’ significa literalmente ‘acción’… pero a partir de los ‘Upanishad’ adquirió el significado de recompensa y castigo a diversas acciones”.
Añade luego que: “La teoría del ‘karma’ se fundamenta en la idea de la inmortalidad del alma. Si bien los primeros ‘Vedas’ contienen una noción vaga de la vida después de la muerte, en la época de los ‘Upanishad’ se creía que el alma humana era imperecedera y que después de la muerte experimentaba un renacimiento o una reencarnación (samsara)… Según los ‘Upanishad’, la liberación (moksha) de esta pauta proviene de una sabiduría suprema, basada en la experiencia… La reencarnación y su relación con el ‘karma’ (dos conceptos centrales de la religión hindú posterior) se exponen claramente en los ‘Upanishad’, al igual que el objetivo final de todo ser humano, es decir, la liberación del ciclo interminable de nacimiento y muerte, y del correspondiente sufrimiento humano que implica la experiencia de múltiples vidas”. Es tanto así que en medio de la confusión, vaguedad y numerosa cantidad de creencias contradictorias que subsisten al interior del hinduismo, lo cierto es que: “muchos textos y prácticas sagrados hindúes tienen como propósito proporcionar al devoto vías espirituales para liberarse del ciclo reiterado de vida y muerte… [al punto que] se podría decir que la creencia en este proceso es, tal vez, lo único que comparten todos los hindúes”.
El tercer texto sagrado más conocido del hinduismo es con mucha probabilidad el Bhagavad Gita, que como nos lo informa César Vidal: “este escrito no constituye una obra independiente, sino que forma parte del Canto VI del ‘Mahabharata… una de las dos grandes epopeyas indias”. Vasudha Narayadan se refiere a este texto diciendo, a su vez que: “Uno de los libros más sagrados de la religión hindú es el ‘Bhagavad Gita’ («Canción del bendito») o, simplemente, Gita”. Este texto registra la conversación en el campo de batalla de dos personajes,el dios Krishna ꟷa su vez una encarnación del dios Visnúꟷ, que se encuentra en este caso presente de manera encubierta en quien hace las veces de conductor del carro de guerra del conquistador ario de nombre Arjuna (a quien se presenta, además, como su primo), y el propio Arjuna. Esta conversación entre ambos personajes cubre 18 capítulos del mucho más extenso poema épico conocido como el Mahabharata, capítulosque son, entonces, los que constituyen propiamente el Bhagavad Gita.
El Bhagavad Gita sigue girando alrededor de las maneras o formas de romper el ciclo continuo de reencarnaciones y las implicaciones de esta creencia para la vida práctica de las personas sometidas a ella. Pero propone formas más populares y menos elaboradas y difíciles de hacerlo que las formuladas en las más filosóficas Upanishad dentro del hinduismo, así como las del budismo y el jainismo como disidencias ya separadas y por fuera del hinduismo. Es el Bhagavad Gita en donde el dios “Brahma” de corte panteísta expuesto originalmente en las Upanishad, es sustituido para todo efecto práctico por Krishna, mucho más conocido en Occidente a través del grupo popularmente designado como los “hare Krishna” surgidos en New York gracias al swami Prabhupada, un maestro indio que llevó estas enseñanzas devocionales al mundo occidental como un movimiento contracultural en la convulsionada década de los 60 en el siglo pasado, en alusión al mantra ꟷuna especie de oración, recitación o letanía repetitiva que sus fieles pronuncian y que el movimiento hippie popularizóꟷ que se le dirige a este dios por sus fieles para conectarse con él.
En cuanto al diálogo entre el conquistador ario Arjuna y el auriga o conductor de su carro de guerra, que no sería otro que el dios Krishna encubierto, César Vidal nos ilustra de este modo: “Frente a los posibles reparos de conciencia de los arios que se percataban de la difícil conciliación de su religión guerrera primitiva con la religión más refinada de las ‘Upanishads’, incluida la creencia en la reencarnación, la ‘Bhagavad Gita’ insiste en el hecho de que las acciones realizadas dentro de los deberes de cada casta son correctas, incluso aunque incluyan el derramamiento de sangre o el dar muerte a los parientes”. Por otra parte, en el Bhagavad Gita: “Krishna insiste en que cualquiera que adore a otra divinidad, en realidad, le adora a él y que los dones solicitados de otro dios es él quien los otorga. Sus adoradores cuentan con una obvia ventaja, pero los que no le rinden culto no por ello dejan de ser objeto de sus dones. Al fin y a la postre, la ‘Gita’ es imposible de separar de la creencia en el conjunto de dioses del panteón hindú”.
En cuarto y último lugar dentro de los textos sagrados del hinduismo encontramos sus dos grandes poemas épicos: el Mahabharata, dentro del cual ya dijimos que se destacan los 18 capítulos correspondientes al Bhagavad Gita, y el Ramayana. Vasudha Narayadan se refiere a ambos de este modo: “Los dos poemas épicos, el ‘Ramayana’… y el ‘Mahabharata’… son las obras más conocidas de la religión hindú. Ambas han sido interpretadas, comentadas y releídas con placer durante más de dos mil años y constituyen el núcleo de la literatura sacra hindú. Su popularidad a través de los siglos ha rebasado las divisiones sectarias y sociales, y, para los niños, la narración de las epopeyas constituye, invariablemente, su primer encuentro con la escritura hindú y también el más perdurable. Para muchos hindúes, la expresión «libros sagrados» alude a estos poemas épicos en particular, sobre todo el ‘Ramayana’, que ha sido fuente de inspiración para un sinfín de generaciones de devotos en la India y en muchas otras partes del mundo”.
En su referencia al Ramayana, César Vidal nos da un sumario de su contenido que dice, entre otras cosas: “Como su propio nombre indica, el ‘Ramayana’ narra la historia del príncipe Rama, séptima encarnación del Dios Vishnú… El ‘Ramayana’ es una gran novela de aventuras, pero no sólo eso. Además, es un canto a la lealtad, al matrimonio, a la fraternidad y al valor. Su contenido religioso lo convierte asimismo en una obra sagrada cuya recitación se considera espiritualmente meritoria en el seno del hinduismo”. Valga decir que el Ramayana incorpora las ideas de karma y la reencarnación en el trasfondo, como parte de su visión del mundo, alineada con los valores del hinduismo. Es cierto que no las desarrolla como una doctrina teórica, pero las representa de manera vívida en la vida de sus personajes y en el desenlace de la historia.
En cuanto al Mahabharata, Nayaradan añade: “Con aproximadamente cien mil versos, el ‘Mahabharata’ es considerado el poema más extenso del mundo”, como resultado de lo cual: “El ‘Mahabharata’ completo está presente en muy pocos hogares hindúes, pero muchos de ellos poseen una copia de un episodio célebre, el ‘Bhagavad Gita’”. Conectando, pues, con la descripción que ya hicimos del diálogo entre Arjuna y Krishna registrado en el Bhagavad Gita, el contenido del resto del poema es el siguiente, de manera resumida, en palabras de nuestra varias veces citada especialista: “La parte principal de la historia narra la guerra entre dos familias, los Pandu y los Kuru. Los Kuru intentan embaucar a los Pandu para arrebatarles su parte del reino de Bharat, y se desencadena una terrible batalla que obliga a todos los reinos a tomar partido. Los Pandu salen victoriosos, aunque a un precio muy elevado: todos sus hijos y parientes próximos pierden la vida en la batalla”. Arjuna, perteneciente a los victoriosos Pandu, emprendió, entonces, la guerra bajo los auspicios de Krishna, suprimiendo sus dudas y escrúpulos de matar a sus parientes, guiado presuntamente por su sentido del deber y con el consuelo de la reencarnación en el trasfondo, entendiendo el deber como la realización de las funciones asignadas a su casta guerrera para, justamente, mantener vigente el sistema de castas, en una especie de círculo vicioso como el que, en últimas, caracteriza los ciclos interminables de reencarnaciones del hinduismo.
Habiendo ya relacionado y comentado los diversos textos sagrados del hinduismo, como era el propósito principal de la conferencia, podemos enumerarlos rápidamente en orden cronológico: Los Vedas (destacándose entre los cuatro el Rig-Veda); las Upanishad, El Bhagavad Gita, como la porción más destacada de uno los dos restantes: el poema épico del Mahabharata y finalmente, el segundo de estos poemas: el Ramayana. Podemos pasar ahora a algunas otras consideraciones que surgen del hinduismo tal y como ha llegado a ser conocido en Occidente, en el que algunos de sus más representativos términos y conceptos, ya son de dominio popular entre las personas medianamente cultas, destacándose entre todos ellos, por supuesto, los conceptos de reencarnación y karma. Comencemos, entonces, por algunas precisiones adicionales alrededor de estos últimos antes de abordar los restantes.
Hay, evidentemente, como sucede en general con todas las religiones entre sí, innegables puntos de contacto entre ellas, incluyendo al cristianismo, sobre todo en sus aspectos éticos, siendo el karma una expresión del anhelo de justicia y la creencia en que, al final, de un modo u otro, tarde o temprano, se hará justicia, como lo revela la Biblia y el evangelio y lo clama la conciencia moral del ser humano. Lo equivocado del hinduismo no es, pues, su anhelo de justicia, sino el medio por el cual cree lograrse, que adolece de inocultables inconsistencias y contradicciones lógicas. A ellas se refería tangencialmente César Vidal diciendo que este proceso para alcanzar la justicia final y definitiva: “plantea serios desafíos desde un punto de vista lógico, ya que presupone un número prácticamente constante de seres humanos (algo insostenible en periodos de expansión demográfica como el actual) y, además, nos enfrenta al hecho de que no es posible recordar las vidas anteriores, con lo que resulta difícil, por no decir imposible, enmendar el pasado”. Por otra parte, cabe siempre preguntarse ¿en qué momento culmina el ciclo de reencarnaciones? una pregunta muy difícil de responder de manera convincente y concluyente desde el hinduismo e incluso desde el budismo, haciendo de la reencarnación y el karma un círculo vicioso de nunca acabar, al menos desde el punto de vista conceptual lógico y racional.
Ahora bien, hay también ciertas coincidencias formales entre el proceso continuo de reencarnaciones propio del hinduismo y la doctrina cristiana del nuevo nacimiento entendido como un nuevo comienzo. Pero las diferencias también son notorias, pues en el cristianismo la regeneración o nuevo nacimiento es algo que sucede una sola vez y para siempre con cada individuo humano y no algo que se repite de manera indefinida con cada nueva reencarnación. Y, además, el nuevo nacimiento cristiano implica un nuevo comienzo y una transformación radical en el curso de una sola vida, en la que se deja atrás para siempre la vida “en la carne” para ser introducido de manera irreversible en la vida del “Espíritu”, que es una clase de vida cualitativamente diferente a la anterior vida en la carne a la que el creyente ya no puede regresar de un modo definitivo a pesar de sus vacilaciones, altibajos y apariencias en contra en el curso de su vida terrenal. Se equivocan, entonces, de cabo a rabo quienes tratan de encontrar apoyo para la reencarnación en la doctrina cristiana del nuevo nacimiento tal y como el Señor se la reveló a Nicodemo en el capítulo 3 del evangelio de Juan, pues en este diálogo y ante los cuestionamientos e incomprensiones de Nicodemo, el Señor se apresuró a desmentirla aclarando que el nuevo nacimiento por Él mencionado no tenía nada que ver con sucesivos renacimientos biológicos como los requeridos en los ciclos de reencarnación hindúes.
En conexión con esto, el concepto cristiano de encarnación referido a Cristo exclusivamente tal y como se entiende en el cristianismo, difiere también drásticamente del concepto de encarnación tal y como se plantea en el hinduismo. Porque a semejanza de las sucesivas y múltiples reencarnaciones por las que, presuntamente, los seres humanos debemos pasar en el curso de nuestra existencia para lograr expiar nuestros pecados por nosotros mismos, en el hinduismo los dioses se encarnan y reencarnan muchas veces en la historia en individuos humanos a los que, por esta razón, se designa como “avatares”, justificando entonces la divinización de seres humanos diferentes a Cristo.
Es también muy pobre y endeble la argumentación de algunos al sostener que la Biblia afirma que Juan Bautista era la reencarnación del profeta Elías, por el simple hecho de que el profeta Malaquías predice: “»Estoy por enviarles al profeta Elías antes que llegue el día del Señor, día grande y terrible” (Malaquías 4:5) como precursor de Cristo, que le prepararía el camino, pues además de que éste es un hecho aislado y extraordinario y no algo generalizado como en el hinduismo, luego de que el ángel que se le aparece al sacerdote Zacarías en Lucas 1:17 y de que el Señor Jesucristo identifique también a Juan Bautista en Mateo 11:14 y 17:10-12 como el “Elías que había de venir”, el propio Juan Bautista responde a quienes lo interrogan al respecto diciendo que él no es, literalmente, Elías, por lo que la identificación y asociación que en el evangelio se hace entre el profeta Elías y Juan Bautista no debe verse más allá de la semejanza visible y evidente entre su talante profético y sus ministerios algo severos, austeros y del desierto junto con su vestimenta y costumbres alimenticias semejantes y nada más y no se puede utilizar como justificación para la reencarnación tal y como se entiende en el hinduismo. Por lo demás, la epístola a los Hebreos es concluyente: “Así como está establecido que los seres humanos mueran una sola vez y después venga el juicio” (Hebreos 9:27).
Otro de los temas en que el Occidente ha tenido que familiarizarse con aspectos del hinduismo es la presencia de gurús o swamis (como, por ejemplo, el ya mencionado swami Prabhupada, fundador de los Hare Krishna) procedentes de la India que reúnen un creciente número de seguidores alrededor de ellos, en algunos casos bajo el entendido de que son “avatares” o encarnaciones de una divinidad que ha descendido a la tierra en la forma del maestro en cuestión. Sobresalen entre estos gurús el Maharishi Mahesh Yogi y la “meditación trascendental” asociada a él, pues Los Beatles lo hicieron famoso al proclamarse discípulos suyos en los años 60, en medio del boom del misticismo oriental en Occidente; y la saga de los Sai Baba, algunos de los cuales fueron proclamados como avatares.
Vinculada a la “meditación trascendental” se encuentran los mantras que se repiten en el curso de ella, en particular “Om”, considerada la “sílaba sagrada”, como nos lo informa Vasudha Narayadan: “La sílaba ‘om’ es recitada al principio y al final de todas las oraciones hindúes y jainistas, y de las recitaciones de las escrituras, aunque también es utilizada por los budistas, en especial en el Tibet… El ‘om’ tiene una larga tradición en el hinduismo, y su significado y poder se discuten en los ‘Upanishad’. Todos los hindúes creen que ‘om’ es el sonido más sagrado de todos, pero no se ponen de acuerdo sobre su significado”. Así, pues, estos personajes y estas prácticas importadas por ellos al Occidente forman ya parte de la cultura popular al punto de ser caricaturizados y parodiados en un significativo número de películas y similares, evocando el escepticismo de muchos hacia ellos.
Escepticismo reforzado, al igual que ha sucedido con dirigentes cristianos, por conductas inconsecuentes y escandalosas a la que han estado también ligados en su momento, como por ejemplo los lujos y la ostentación material exhibida por algunos de ellos, al mejor estilo de los predicadores “cristianos” de la teología de la prosperidad y el movimiento de la fe en el que, de hecho, el misticismo oriental ha influido e infiltrado a la iglesia. La presencia de estos gurús en Occidente es hoy más masiva gracias a internet. Vasudha Narayadan se refiere a este fenómeno como “el «ciberespacio» de devoción” diciendo: “en la actualidad, la red informática de internet permite a todo el mundo ver imágenes de deidades, maestros y ‘gurus’, e incluso oír recitar textos. Los ‘gurus’ importantes pueden tener hasta cincuenta páginas ‘web’ a disposición de sus devotos. Algunas organizaciones califican sus páginas de «‘ashrams’ electrónicos» (tradicionalmente un ‘ashram’ era un lugar de recogimiento o aprendizaje)”.
Asociada a todo esto se encuentran, finalmente, todas las prácticas de yoga que ya muchos consideran sin reservas como una parte útil y provechosa de la cultura occidental, sin ser conscientes de que los estudiosos de las ciencias de la religión consideran a toda forma de yoga como el rito de iniciación por excelencia de las religiones místicas del Lejano Oriente, a semejanza del bautismo, que sería el rito equivalente de iniciación en el cristianismo. Una postura que, aunque no es unánime entre ellos, sí es mayoritaria y bastante acertada desde el punto de vista de las ciencias de la religión o los estudios comparados de religiones en los que se considera que el yoga ꟷen sus formas tradicionalesꟷ actúa como una puerta de entrada a una visión espiritual y religiosa específica, tal como el bautismo lo hace en el cristianismo. Como confirmación de lo anterior, podemos señalar que en muchas escuelas tradicionales (como el Raja Yoga, Kundalini Yoga, o el Hatha Yoga tradicional), el yoga no es solo gimnasia o relajación, sino una vía de transformación espiritual. En su forma original la práctica del yoga implica una cosmovisión teísta (o, en este caso, más exactamente, politeísta) o panteísta, fundamentada en la creencia en la unidad del alma individual (ātman) con lo absoluto (Brahman). No es casual que, muchas veces, al iniciar formalmente en una escuela de yoga, se recibe un mantra sagrado y un nombre espiritual.
Así, desde una perspectiva cristiana bíblica, esto es importante porque muchas personas (en especial en Occidente) practican yoga creyendo que es algo neutral o solo físico, sin darse cuenta de que se está participando en una práctica espiritual estructurada, con raíces doctrinales específicas. Una práctica en que los mantras, asanas (posturas físicas) y respiraciones (pranayamas) no son neutros, sino que muchos son invocaciones a deidades del panteón hindú o expresiones de una cosmovisión monista o panteísta de la realidad que considera que Dios es todo y que todo es Dios. Destacados estudiosos abordan esto, como por ejemplo Mircea Eliade, que en Yoga: Inmortalidad y Libertad analiza el yoga como una práctica religiosa iniciática. Asimismo, Georg Feuerstein (especialista en hinduismo y yoga) explica que el yoga no puede separarse de su contexto espiritual original. Y en el ámbito cristiano autores como Dave Hunt o John Ankerberg han advertido sobre el uso del yoga como una forma de sincretismo espiritual. El yoga moderno es, entonces, en Occidente, la versión suavizada de una espiritualidad ajena al evangelio, que puede seguir sirviendo como una especie de iniciación mística a la religiosidad de estilo oriental en general y particularmente, de signo hinduista y budista.
La misma etimología de la palabra “yoga” es significativa. Vasudha Narayadan de nuevo nos ilustra al respecto: “La palabra sánscrita ‘yoga’ (literalmente «yunta») hace referencia a una práctica de diversas disciplinas según la cual el devoto «unce» su espíritu a la divinidad”. Divinidad del panteón hinduista, por supuesto, evocando la advertencia del apóstol Pablo a no hacer yunta con los incrédulos en el conocido “yugo desigual” y la invitación del Señor Jesucristo a tomar su yugo sobre nosotros, porque su yugo es fácil y su carga, ligera. De hecho, al decir de Narayadan: “La perfección en la concentración… y la meditación… dan lugar al ‘samadhi’, el estado final de unión con lo divino y la liberación del ciclo de vida y muerte”.
Lo anterior no significa que debamos satanizar las prácticas de yoga, sino verlas con cautela, espíritu crítico y beneficio de inventario en línea con la recomendación paulina de examinarlo todo y retener lo bueno. Después de todo, hay formas de yoga menos invasivas de la espiritualidad como el hatha yoga que se centra principalmente en las posturas y el control físico y es el que se ha hecho más popular en Occidente, por contraste con el raja yoga que se ocupa más de la disciplina mental en clave mística oriental. Sea como fuere, incluso el hatha yoga busca la liberación final que solo se puede alcanzar después de armonizar los distintos centros del cuerpo ꟷconocidos como chakrasꟷ con el cosmos, en clave panteísta.
En medio de todo esto no puede negarse que los pueblos y religiones del Lejano Oriente, con el hinduismo a la cabeza, enfatizan una mística que no deja de ser atractiva para los occidentales descristianizados y decepcionados del materialismo occidental y de ciertas formas desviadas, fanáticas o deficitarias del cristianismo. Mística que nos invita a conocer y explorar con humildad nuestra propia interioridad y llama nuestra atención a la necesidad de la introspección críticamente honesta y de la mística interior del que se encuentra a solas con Dios en la profundidad de su ser sin necesidad de parafernalias externas, en línea con el salmo 51:6: “Yo sé que tú amas la verdad en lo íntimo; en lo secreto me has enseñado sabiduría” y Juan 4:23-24: “Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. De este modo, el encuentro crítico y desprejuiciado del cristianismo con el hinduismo en las formas en que ha llegado a Occidente, nos confronta con el hecho de que, no se trata de abandonar lo propio para incorporar lo ajeno, sino de que, al verlo reflejado de manera imperfecta o distorsionada en lo ajeno, podamos reencontrar y valorar lo propio que hemos descuidado.







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