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Estudios bíblicos

El Espíritu y el viento

Una de las palabras más reveladoras y sugerentes, utilizada dentro de los más variados contextos en las Escrituras, es la palabra “viento”. Esta riqueza y diversidad de sentido tiene que ver con el hecho de que, tanto la palabra hebrea ruach, como la palabra griega pneuma pueden traducirse por igual como “viento” o como “espíritu”, lo cual explica por qué las traducciones oscilan entre ambas palabras cuando la epístola a los Hebreos cita el salmo 104:4, en el que el salmista se dirige a Dios diciéndole: “Hiciste de los vientos tus ángeles; y de las llamas de fuego tus siervos” (PDT), pero que algunos de los traductores de la Biblia prefieren traducir como “espíritu” al verlo citado en el Nuevo Testamento:  “Y mientras que de los ángeles dice la Escritura: Dios hace espíritus a sus ángeles, y llamas ardientes a sus ministros” (Hebreos 1:7 BLPH), pues en último término es el contexto el que le confiere a esta palabra su significado preciso y no siempre, como en este caso, es tan fácil determinarlo. De cualquier modo y en su sentido de “aire en movimiento”, Dios siempre tiene dominio sobre el viento, pues Él: “Levanta las nubes desde los confines de la tierra; envía relámpagos con la lluvia y saca de sus depósitos a los vientos” (Salmo 135:7); “Pero envía su palabra y lo derrite; hace que el viento sople, y las aguas fluyen” (Salmo 147:18); “Ante su trueno, braman las lluvias en el cielo, y desde los confines de la tierra hace que suban las nubes; entre relámpagos desata la lluvia, y saca de sus depósitos el viento” (Jeremías 51:16); y éste siempre sopla en cumplimiento de Su voluntad y con la fuerza y dirección estrictamente requerida, como se afirma en el libro de Job: “Cuando él establecía la fuerza del viento y determinaba el volumen de las aguas” (Job 28:25).

Sin embargo y sin perjuicio del control que Dios ejerce sobre él, el viento sopla en ocasiones a favor del ser humano, tanto en sentido literal como figurado, para indicar condiciones y circunstancias favorables a él: “Dios se acordó entonces de Noé y de todos los animales salvajes y domésticos que estaban con él en el arca. Hizo que soplara un fuerte viento sobre la tierra, y las aguas comenzaron a bajar” (Génesis 8:1, ver también Éxodo 14:21 y Números 11:31). Pero en otras ocasiones, pueden también soplar providencialmente en su contra, ya sea como medida disciplinaria ejercida sobre los suyos: “Pero el Señor lanzó sobre el mar un fuerte viento, y se desencadenó una tormenta tan violenta que el barco amenazaba con hacerse pedazos” (Jonás 1:4, ver también Oseas 13:15), o como juicio divino sobre los impíos: “Pero con un soplo tuyo se los tragó el mar; ¡se hundieron como plomo en las aguas turbulentas!” (Éxodo 15:10, ver también Jeremías 51:1). Es por eso que la causa de que los vientos sean contrarios no puede atribuirse a Dios con exclusividad, pues con su conducta irresponsable y censurable el ser humano también da pie a ellos, sembrando vientos y cosechando tempestades: “»Sembraron vientos y cosecharán tempestades…” (Oseas 8:7). En conexión con esto, el viento también hace referencia en las Escrituras a acciones humanas que no fructifican, inútiles y vanas y que, por lo mismo, se tornan cuestionables desde la óptica divina: “El que perturba su casa no hereda más que el viento…” (Proverbios 11:29); “Los profetas son como el viento: la palabra del Señor no está en ellos…” (Jeremías 5:13); “Efraín se alimenta de viento: todo el día va tras el viento solano, y multiplica la mentira y la violencia…” (Oseas 12:1). No obstante, los vientos contrarios ponen en evidencia la firmeza de nuestra fe, pues: Quien vigila al viento no siembra; quien contempla las nubes no cosecha… Siembra tu semilla en la mañana, y no te des reposo por la tarde, pues nunca sabes cuál siembra saldrá mejor, si esta o aquella, o si ambas serán igual de buenas” (Eclesiastés 11:4-6). Fe que los vientos ponen a prueba: “… Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca…” (Mateo 7:24-27).

Por último, el viento alude al poder de Dios a favor de los suyos: “─Hombres de poca fe ─les contestó─, ¿por qué tienen tanto miedo? Entonces se levantó y reprendió a los vientos y a las olas, y todo quedó completamente tranquilo” (Mateo 8:26, ver también Marcos 4:39 y Lucas 8:24) y, en el peor de los casos, pueden ayudar a que el ser humano descubra por fin su vocación espiritual restableciendo su relación con Dios, pues: “Le viene bien al hombre un poco de oposición. Las cometas se levantan contra el viento, no a favor de él” (John Neal). Porque finalmente, Dios sopla su Espíritu sobre los creyentes: “Acto seguido, sopló sobre ellos y les dijo: ─Reciban el Espíritu Santo” (Juan 20:22), para dotarlos con su poder: “Pero, cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder… De repente, vino del cielo un ruido como el de una violenta ráfaga de viento y llenó toda la casa donde estaban reunidos. Se les aparecieron entonces unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo…” (Hechos 1:8; 2:2-4), y para guiarlos: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Romanos 8:16, ver también 1 Corintios 2:10-16 y 1 Juan 2:27), de modo que no se extravíen a causa de los vientos contrarios: “Así ya no seremos niños, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas” (Efesios 4:14); “Pero que pida con fe, sin dudar, porque quien duda es como las olas del mar, agitadas y llevadas de un lado a otro por el viento” (Santiago 1:6). Y es que, en último término, es el Espíritu quien de manera soberana nos conduce a Dios para nacer de nuevo, como lo indicó el Señor: “… El viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar. Aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu” (Juan 3:5-8), por lo que podemos concluir con Juan Calvino que: “Jamás se levanta viento alguno sin especial mandato de Dios”.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

1 Comentario

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  • Muy cierto Pastor Arturo, el Espíritu Santo es quien nos sella para la complata conversión.
    Y así poder hablar de las buenas nuevas con toda confianza de que el que habla por nosotros es El, usando os como instrumentos para el Propósito de DIOS en cada persona bautizada en Espíritu!