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Estudios bíblicos

El primer amor

Cuando escuchamos la expresión “el primer amor” solemos pensar en términos del amor romántico, evocando casi invariablemente a la primera persona de la que nos enamoramos en la vida, así no haya sido más que de manera platónica, ni nos hayamos finalmente unido a ella en matrimonio para hacer una vida juntos. De hecho, el primer amor, así no haya sido platónico, suele idealizarse por haber sido la primera vez que descubrimos todas las sensaciones y emociones intensas asociadas a él. Por eso, Albert DiBartolomeo ponía las cosas en su lugar haciendo referencia al primer amor con estas palabras: “El primer amor… puede herirnos y marcarnos profundamente, pero el amor que dura y crece lo hace porque reúne y cultiva lo que hay de más querido, bello y noble en dos personas. Y porque entiende y perdona lo que no lo es tanto. El primer amor puede meterse en la sangre y embriagarnos, pero el que dura se arraiga en el alma… Nos completa y nos da la entereza para navegar a salvo por la vida”. Es significativo que la Biblia utilice esta misma expresión para indicar, en palabras del autor Tim LaHaye: “aquella maravillosa temporada en que el plan de salvación y la verdad de la gracia son frescos y nuevos” y en muchos casos deslumbrantes y embriagadores. La conversión tiene, ciertamente, puntos de contacto con el primer amor humano, pues al igual que éste, evoca ese cortejo divino que Dios llevó a cabo con nosotros, descrito así por los profetas: “¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo, y me venciste…” (Jeremías 20:7); “Lo traté con mucha ternura, lo conquisté con expresiones de amor. Yo lo alzaba en mis brazos y jugaba con él, contento de ver sus sonrisas. Yo mismo le daba de comer, como a un niño pequeño” (Oseas 11:4 NBV). Un cortejo emprendido por Él hacia nosotros mucho antes de que siquiera adquiriéramos consciencia de él, como también nos lo revela el profeta: “Hace mucho tiempo se me apareció el Señor y me dijo: «Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad” (Jeremías 31:3).

Pero el problema aquí es, precisamente, que en muchos casos llegamos a asumir el primer amor en lo que a Dios respecta, del mismo modo que nuestro primer amor humano: como un grato y nostálgico recuerdo y nada más. Pero el primer amor al que se refiere la Biblia ostenta este calificativo, entre otras cosas, debido a que fue Dios quien nos amó primero, como lo afirma Juan: “Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados… Nosotros los amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:10, 19 RVR), y nos ama siempre por igual, esperando que el creyente que descubre la dimensión y alcance de este amor, expresado de manera superlativa en el evangelio de Juan en el que es probablemente el pasaje más conocido, citado y memorizado de las Escrituras por los creyentes: “»Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16); lo corresponda entonces con la misma reciprocidad y de la misma manera siempre. Es decir que en la Biblia el primer amor es “primero” no propiamente, o por lo menos no principalmente, en un orden cronológico o secuencial, sino también y de manera fundamental, en el orden de prioridad. Dicho de otro modo, es primero más por ser el principal al cual están subordinados todos los demás, que por ser el primero. Por todo esto, el primer amor, de Dios y hacia Dios, es también el verdadero amor que, al decir de DiBartolomeo: “dura y crece… se arraiga en el alma… y nos da la entereza para navegar a salvo por la vida”, o en palabras más puntuales pronunciadas por el apóstol Pablo: “El amor de Cristo se ha apoderado de nosotros desde que comprendimos que uno murió por todos y que, por consiguiente, todos han muerto” (2 Corintios 5:14 DHH). Se explica entonces la amonestación y advertencia que Dios nos dirige en el libro de Apocalipsis por medio de su mensaje a la iglesia de Efeso: “Sin embargo, tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor. ¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio. Si no te arrepientes, iré y quitaré de su lugar tu candelabro” (Apocalipsis 2:4-5).

No pasemos por alto que en el griego antiguo existen cuatro palabras para referirse a diferentes tipos de amor, a saber: eros, storge, phileo, y ágape, que en su orden podríamos designar como romance, afecto, amistad y caridad. Si bien la palabra eros no aparece como tal en el Nuevo Testamento, se da por sentado y se le exalta, sin nombrarlo, a lo largo de todo el libro del Cantar de los Cantares. El afecto sí se menciona dos veces para denunciar cómo algunos no honran este amor de la manera en que deberían, siendo ésta una señal del grado de endurecimiento y degradación al que la humanidad puede llegar: “necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia” (Romanos 1:31 RVR); “No sentirán afecto por los demás ni estarán dispuestos a perdonarlos. Hablarán con maldad, estarán fuera de control, serán crueles y odiarán el bien” (2 Timoteo 3:3 PDT). Y en cuanto a phileo y ágape, los encontramos ambos juntos en Juan 21:15-17, siendo la forma verbal de la palabra ágape la que el Señor utiliza las dos primeras veces en que le pregunta a Pedro si lo ama, y phileo la que el apóstol utiliza en sus tres respuestas: Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro:Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?Sí, Señor, tú sabes que te quiero ─contestó Pedro.Apacienta mis corderos ─le dijo Jesús. Y volvió a preguntarle:Simón, hijo de Juan, ¿me amas?Sí, Señor, tú sabes que te quiero.Cuida de mis ovejas. Por tercera vez Jesús le preguntó:Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: «¿Me quieres?» Así que le dijo:Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.Apacienta mis ovejas ─le dijo Jesús─”. Curiosamente, la tercera vez que el Señor le pregunta a Pedro si lo ama, desciende al nivel de las respuestas de Pedro, lo cual parece explicar la reacción de tristeza de Pedro ante este giro asumido por el Señor para indicarle la insuficiencia de su amor, incapaz de corresponder nunca la amplitud del amor de Dios por todos nosotros. El ágape o caridad es, pues, el primer amor al cual todos los demás deben estar subordinados para brindarles la sensatez necesaria en su ejercicio, colocándolos a todos en su justo lugar y proporción sin que ninguno de ellos se extralimite.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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