En medio de las célebres diferencias y disputas entre hermanos que la Biblia registra, como la de Caín y Abel, Ismael e Isaac y Esaú y Jacob, es refrescante y esperanzador encontrarse con la cálida reconciliación entre estos dos últimos que demuestra que Dios concede Su gracia a quien se humilla delante de Él y la implora con actitud de rendición y sincero arrepentimiento, como lo hizo Jacob en Peniel antes de este crucial reencuentro, independiente de la estrategia de este último de enviarle sucesivos y repetidos presentes a Esaú para tratar de bajarle el tono a sus comprensibles prevenciones y animosidades en su contra y lograr ganarse así su confianza, como él mismo lo confesó con candorosa honestidad cuando su hermano le preguntó: “ꟷ¿Qué significan todas estas manadas que han salido a mi encuentro? ꟷpreguntó Esaú. ꟷIntentaba que me tratarás bien, mi señor ꟷcontestó Jacob” (Génesis 33:8), estrategias que en realidad poco añaden o quitan cuando Dios nos ha concedido gracia ante los ojos de los demás, como lo hizo con Jacob delante de su hermano Esaú, de quien había tenido que huir para salvar su vida. Y como resultado de Su favor la reconciliación entre ellos se dio en los mejores términos: “Pero Esaú corrió a su encuentro y, echándole los brazos al cuello, lo abrazó y lo besó. Entonces los dos se pusieron a llorar… ꟷHermano mío ꟷrepuso Esaúꟷ, ya tengo más que suficiente. Quédate con lo que te pertenece” (Génesis 33:4, 9), y nos sirve de estímulo para que nosotros también apelemos antes que nada a la gracia que sólo Dios puede concedernos siempre
El encuentro de Esaú y Jacob
“La esperanzadora reconciliación y el reencuentro de los hermanos Esaú y Jacob demuestran que Dios concede su gracia a quien la invoca con humildad”
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