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Conferencias

El dispensacionalismo

¿Clave para la interpretación de la Biblia?

El dispensacionalismo es un enfoque o movimiento teológico relativamente reciente en el campo de la teología cristiana que se ha impuesto en la interpretación de la Biblia en un tal vez mayoritario porcentaje de las iglesias evangélicas de hoy, muy ligado a las posturas premilenialistas (es decir los cristianos que ubican el regreso de Cristo antes del milenio y creen, a su vez, que éste último será un periodo literal de mil años) en el campo de la escatología cristiana o las doctrinas de los últimos tiempos, aunque hay que decir que si bien todos los dispensacionalistas son premilenialistas, no todos los premilenialistas son dispensacionalistas. Su nombre procede de la palabra “dispensación”, una de las posibles traducciones del griego oikonomía (palabra que ha pasado transliterada al español como “economía”), constituido por las raíces oikos (casa) y nomos (ley) que hace referencia a la regla o norma para la administración de una casa o familia y que, de acuerdo con el uso que la Biblia hace de ella, podría definirse como el “trato ordenado con los hombres por parte de Dios en la variada administración de su voluntad durante los diferentes momentos de la Historia de la Salvación”. En esta definición una dispensación no se halla asociada ni limitada a un periodo o a una época de la historia como tal, sino más bien a “un modo de tratar, una disposición o administración y gobierno de los asuntos familiares” como lo leemos en el Gran Diccionario Ilustrado de la Biblia.

En 1 Corintios 9:17 Pablo afirma que su obligación de predicar el evangelio es una oikonomía que le ha sido encomendada, palabra que en las revisiones más antiguas de la Reina Valera se traduce, efectivamente, como “dispensación” (Reina Valera Antigua y RVR1909), pero que ha venido siendo modificada en las versiones más recientes por “comisión” (RVR1960), “mayordomía (RVR1977), “misión” (Reina Valera Contemporánea) y en otras traducciones modernas se simplifica traduciéndola sencillamente como “encargo” o “tarea encomendada”, mostrando así la riqueza de matices que puede adquirir la palabra en un mismo contexto. De las otras ocho veces que aparece en el Nuevo Testamento, la Reina Valera del 60 la traduce como “mayordomía” en las tres ocasiones que se hace uso de ella en la parábola del mayordomo infiel de Lucas 16 y en 1 Timoteo 1:4, mientras que prefiere traducirla como “administración” en Efesios 3:2 y Colosenses 1:25 y conserva para ella el término “dispensación” en Efesios 1:10 y 3:9, aunque las revisiones posteriores de esta ya clásica traducción al español lo desechan y prefieren la palabra “plan”.

De cualquier modo, dado el significado ya señalado que tiene la palabra; en estos últimos pasajes de Efesios “se aplica a la administración de Dios en el orden de la salvación, que tiene una historia, un origen, un desarrollo y un desenlace, a saber «reunir todas las cosas en Cristo», propiamente llamada «la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra»”. Más allá de esto, el dispensacionalismo moderno como tal está asociado a dos nombres: John Nelson Darby como su impulsor inicial y Ciro I. Scofield como su principal divulgador y popularizador a través de la conocida y meritoria Biblia de estudio que lleva su nombre e incluye sus calificados comentarios. En cuanto a iglesias o denominaciones, los Hermanos Libres de Plymouth se constituyeron como denominación al amparo de las posturas dispensacionalistas y su plena expresión teológica se encuentra en los escritos de Lewis Sperry Chafer y en especial en su Teología Sistemática en dos enciclopédicos volúmenes, muy apreciada y respetada por el pueblo evangélico en general. Su influencia también se hizo sentir a través del conocido Instituto Bíblico Moody fundado por el famoso evangelista Dwight L. Moody que se convirtió en un centro para su enseñanza.

Scofield nos provee el entendimiento particular que hace el dispensacionalismo de la palabra oikonomia entendida como “dispensación”, definiéndola de este modo: “un periodo durante el cual el hombre es probado con respecto a su obediencia relativa a alguna revelación ‘específica’ de la voluntad de Dios”. Así, en el dispensacionalismo la palabra dispensación hace ya referencia a una época o periodo definido y delimitado de la historia en el cual Dios prueba sucesivamente a los seres humanos mediante una norma particular diferente para cada época. Aunque existen leves variaciones entre los dispensacionalistas, en términos generales todos identifican siete dispensaciones a lo largo de la historia (tal vez influidos por aquello de que en la Biblia el siete es el número de Dios y de la perfección), a saber: la dispensación de la inocencia, desde la creación del hombre hasta la caída en pecado; la dispensación de la conciencia, desde la caída en pecado hasta Noé y la destrucción del diluvio; la dispensación del gobierno humano, desde el diluvio hasta Abraham; la dispensación de la promesa, desde Abraham hasta Moisés; la dispensación de la ley, desde Moisés hasta Cristo; la dispensación de la gracia o la era de la iglesia, desde la primera hasta la segunda venida de Cristo; y la dispensación del reino milenial, desde la segunda venida de Cristo hasta el establecimiento del reino pleno de Dios en la tierra por toda la eternidad.

Ahora bien, es cierto que: “La historia bíblica permite observar distintas dispensaciones de Dios en relación con los hombres, diferentes revelaciones que culminan en Jesucristo… desde la Alianza del Sinaí, llamada por algunos «Dispensación de la Ley», a la Nueva Alianza en la sangre de Cristo, o «Dispensación de la gracia»”. Sin embargo, más allá del carácter evidente de estas dos alianzas, pactos o dispensaciones que sobresalen y se reflejan en la estructura misma de la Biblia con su distinción entre Antiguo y Nuevo Testamento o Nuevo Pacto; las dispensaciones propuestas por los dispensacionalistas no son tan evidentes e indiscutibles como ellos lo pretenden. Por eso, no le han faltado críticos desde las mismas toldas cristianas y si bien para el dispensacionalismo es fundamental el enfoque premilenialista de la escatología, no todos los premilenialistas se identifican como dispensacionalistas y algunos de ellos forman parte de los críticos del movimiento.

Los premilenialistas que no lo suscriben le critican su insistencia en una interpretación cerradamente literal de la Biblia que los lleva a afirmar el cumplimiento literal e incondicional sobre la nación de Israel de todas las promesas proféticas contenidas en el Antiguo Testamento, postura que los lleva también a negarse a admitir cualquier relación entre el Israel del Antiguo Testamento y la iglesia del Nuevo Testamento, como si fueran agua y aceite. En relación con lo primero, el Nuevo Testamento indica que no todas las profecías del Antiguo Testamento relativas a Israel tienen un cumplimiento literal, sino que su cumplimiento puede haber tenido lugar en la iglesia, como por ejemplo cuando Amos 9:11 dice: “… »restauraré la casa caída de David. Repararé sus grietas, restauraré sus ruinas y la reconstruiré tal como era en días pasados” y Santiago, en Hechos 15:15-17 afirma que esta profecía tuvo cumplimiento con la incorporación de los gentiles a la iglesia: Con esto concuerdan las palabras de los profetas, tal como está escrito: »‘Después de esto volveré y reedificaré la casa caída de David. Reedificaré sus ruinas, y la restauraré, para que busque al Señor el resto de la humanidad, todas las naciones sobre las que se ha invocado mi nombre”. Asimismo, cuando Dios promete a David que: “… yo afirmaré el trono de su reino para siempre” (2 Samuel 7:13), el cumplimiento de esta promesa no es la restauración terrenal del trono de David, sino que se cumple con la primera venida de Cristo: “… quien según la naturaleza humana era descendiente de David” (Romanos 1:3).

Y aunque no puede negarse que los profetas del Antiguo Testamento que pronunciaron profecías referentes a la iglesia no tenían tan claro el papel que ésta representaría en el Nuevo Testamento, sino que tienen siempre en primer plano a la nación de Israel, el dispensacionalismo exagera el carácter difuso que los profetas tenían del cumplimiento futuro de sus propias profecías en cuestión y sostienen que la iglesia del Nuevo Testamento es un paréntesis misterioso desconocido para los profetas del Antiguo Testamento, algo que no deja de ser especulativo y no puede afirmarse de manera dogmática. De hecho, uno de los problemas del dispensacionalismo es el tono dogmático de sus afirmaciones, pues si bien es cierto que su planteamiento no carece de aspectos convincentes fundamentados en la Biblia, es presuntuoso desconocer que no todos los premilenialistas lo suscriben de lleno y que, además del premilenialismo en el que ellos se alinean, existen también los posmilenialistas y los amilenialistas dentro del espectro teológico de la sana doctrina en relación con la escatología.

Todos ellos sostienen y defienden con honestidad y convicción personal sus propios puntos de vista esgrimiendo argumentos bíblicos de prueba para sus propias posturas, sin perjuicio de las debilidades características también de su correspondiente enfoque doctrinal, que no nos permiten desechar a ninguno de ellos de la comunión cristiana, así en conciencia nos parezca más convincente la postura premilenialista. Sin mencionar que no todos los premilenialistas suscriben la doctrina del rapto o arrebatamiento de la iglesia que todos los dispensacionalistas ubican, junto con los pretribulacionistas ꟷcomo su nombre lo indicaꟷ, antes de la gran tribulación, en contravía con los postribulacionistas, los posmilenialistas y los amilenialistas que sostienen que la iglesia pasará por la gran tribulación antes del regreso glorioso de Cristo, que es al fin y al cabo el dogma cristiano que todas las posturas suscriben, siendo los aspectos que los diferencian tan sólo opinión teológica más o menos calificada llamada a seguirse debatiendo de manera respetuosa y sin satanizar a la contraparte ni excluirla de la comunión cristiana.

La distinción y separación que los dispensacionalistas hacen entre estas siete dispensaciones ꟷincluyendo la dispensación del milenio que los amilenialistas y hasta cierto punto también los posmilenialistas no suscriben de una manera tan literalꟷ no deja, además, de sonar forzada en algunos casos, como sucede con la dispensación del llamado “gobierno humano” que ellos ubican entre el diluvio de Noe y Abraham, tal vez la menos evidente y forzada de todas. Para los dispensacionalistas todas estas dispensaciones o etapas históricas son sucesivas, ocurriendo una detrás de la otra a lo largo del tiempo, y comienzan invariablemente con el establecimiento por parte de Dios de una pauta con respecto a la cual la humanidad es puesta a prueba y culmina con el fracaso de la humanidad en el cumplimiento de esa pauta y el correspondiente juicio de Dios sobre ellos, para hacer una especie de “borrón y cuenta nueva” con el inicio de la nueva dispensación con su correspondiente pauta.

Así la dispensación de la inocencia sería la primera y en ella el género humano representado por nuestros primeros padres, Adán y Eva, es evaluado a la luz de la inocencia que todavía ostenta con base en la obediencia sencilla a la instrucción de Dios que afirma que todo lo que decidan hacer está bien y es permitido, con excepción de tomar del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Ante el inexplicable fracaso (pues eran inocentes y no estaban influenciados todavía por la “carne” de la que a partir de entonces todos los seres humanos somos víctimas) que les impide pasar la prueba, Dios castiga su fracaso mediante la sentencia sobre todos los involucrados en la caída, el hombre, la mujer y la serpiente, recogida en el capítulo 3 del Genesis y su posterior expulsión del jardín del Edén.

Se inicia entonces la segunda dispensación, es decir la de la conciencia, debido a que, a partir de la caída, la humanidad ya tiene dolorosa conciencia del bien y del mal, pauta con arreglo a la cual Dios pone a prueba a la humanidad nuevamente sin que en este caso tampoco se pueda pasar la prueba, pues el carácter general de la humanidad toca fondo con la corrupción creciente que se manifiesta en el mundo antediluviano que hace necesario un nuevo juicio por parte de Dios sobre él que se concreta en el diluvio universal. A partir de este momento comenzaría la nueva y bastante cuestionable dispensación del gobierno humano, que fracasaría igualmente y ameritaría el juicio de Dios sobre la humanidad que se manifiesta en la confusión de las lenguas y la dispersión asociada al episodio de la Torre de Babel. Con Abraham se iniciaría la cuarta dispensación, llamada la de la promesa en virtud de la promesa hecha por Dios a Abraham de que a través de su descendencia serían bendecidas todas las naciones de la tierra y respecto de la cual no se entiende bien como esta promesa sería una nueva pauta establecida por Dios para poner a prueba a la humanidad entera, teniendo en cuenta que estaba restringida, por lo menos de manera temporal, únicamente a la nación de Israel.

Supuestamente, esta dispensación también fracasa, aunque su fracaso no sea evidente en la historia posterior de los patriarcas, y culmina con el juicio divino de la esclavitud de Israel en Egipto. Con Moisés comienza entonces una nueva dispensación, la dispensación de la ley, en la que la pauta es clara e inequívoca: la obediencia perfecta a la ley mosaica, pauta de nuevo restringida únicamente al pueblo de Israel y en relación con la cual la nación vuelve a fracasar, haciendo necesario un nuevo juicio divino, el que tiene lugar en la crucifixión de Cristo para expiar los pecados de toda la humanidad. A partir de este momento comenzaría la dispensación de la gracia o la era de la iglesia en la que actualmente nos encontraríamos, que también está llamada a fracasar, por lo menos en lo que concierne a los no creyentes, ameritando el juicio iniciado en la gran tribulación que precede el regreso glorioso y victorioso de Cristo sobre la oposición levantada contra Él por el anticristo a la cabeza de la humanidad no redimida.

Regreso con el que se iniciaría la última dispensación, la dispensación del milenio entendido como un periodo literal de mil años, una edad de oro para la tierra en la que Satanás estaría atado e inoperante y Cristo en persona ejercería el gobierno desde Jerusalén, estableciendo condiciones pletóricas y absolutamente justas en todos los sentidos, no obstante lo cual la humanidad no redimida vuelve a fracasar al rebelarse contra Dios en el levantamiento final contra Él al terminar el milenio, encabezado por el propio Satanás en persona, desatado brevemente para liderar esta tentativa final de derrocar el gobierno de Dios sobre la tierra, tentativa frustrada que será aplastada a la postre por Cristo para dar inicio, ahora sí sin oposición ni resistencia alguna, al reino eterno de Dios y su iglesia en la tierra.

Si bien este esquema no deja de tener mérito y fundamento y presta una gran utilidad para tener una panorámica clara de la historia sagrada tal y como se registra en la Biblia de manera inspirada, brindándonos referentes destacados de fácil recordación para encuadrarla y recordarla con solvente precisión, además de ofrecernos una perspectiva que confirma lo dicho por el apóstol en el libro de los Hechos en cuanto a que, Dios: “De un solo hombre hizo todas las naciones para que habitaran toda la tierra; y determinó los períodos de su historia y las fronteras de sus territorios” (Hechos 17:26), dejando así constancia de la planificación divina de la historia humana; este esquema no carece, sin embargo, de problemas en cuanto a las implicaciones teológicas a las que se encuentra asociado dentro del movimiento dispensacionalista.

Además del cuestionamiento a su fuerte énfasis en la interpretación literal de la Escritura que no se puede sostener en todos los casos, su problema principal está en la fragmentación y desvinculación que hace entre todas estas épocas de la historia de la humanidad y, por extensión, entre el Israel del Antiguo Testamento y la Iglesia del Nuevo Testamento, que aunque deben de cualquier modo distinguirse entre sí, guardan de todos modos una estrecha relación que no puede desestimarse y que los lleva en ocasiones a superponerse el uno sobre el otro, pues: “… no todos los que descienden de Israel son Israel” (Romanos 9:6), pues: “Para nada cuenta estar o no estar circuncidados; lo que importa es ser parte de una nueva creación. Paz y misericordia desciendan sobre todos los que siguen esta norma y sobre el Israel de Dios” (Gálatas 6:16). La iglesia es caracterizada, además, como “descendencia de Abraham”: “Y si ustedes pertenecen a Cristo, son la descendencia de Abraham y herederos según la promesa” (Gálatas 3:29) y de ella se afirma que: “… ustedes se han acercado al monte Sión, a la Jerusalén celestial, la ciudad del Dios viviente…” (Hebreos 12:22).

De igual modo, cuando Santiago y el apóstol Pedro se dirigen respectivamente a: “… las doce tribus que se hallan dispersas por el mundo…” (Santiago 1:1)y a “… los elegidos, extranjeros dispersos por el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” (1 Pedro 1:1), no parecen estar discriminando ni a la iglesia en el primer caso, ni a Israel en el segundo. Sin mencionar que el apóstol Pablo dice: Porque Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos [judíos y gentiles] ha hecho uno solo [en la iglesia], derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba, pues anuló la Ley con sus mandamientos y requisitos. Esto lo hizo para crear en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad al hacer la paz, para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, por la que dio muerte a la enemistad” (Efesios 2:14-16), una verdad que el apóstol Pedro tuvo que reconocer, no sin resistencia, al tener que acudir a la casa de Cornelio y declarar allí: “… ꟷAhora comprendo que en realidad para Dios no hay favoritismos, sino que en toda nación él ve con agrado a los que le temen y actúan con justicia” (Hechos 10:34-35).

En conexión con esta crítica también se encuentra el hecho señalado por Harvie M. Conn de que, el dispensacionalismo: “con su marcada distinción entre ley y gracia, socava la permanencia de la gracia [en el Antiguo Testamento] y la permanencia de la ley [en el Nuevo Testamento]”, cuando lo cierto es que la gracia y la fe atraviesan toda la Biblia y se encuentran documentadas en ella a lo largo de toda la historia humana brindándole unidad a la revelación, desde Adán y Eva con ocasión de la caída y el anuncio del protoevangelio de Génesis 3:15 y la provisión que Dios hace para ambos de ropas de pieles para cubrir su vergonzosa desnudez, símbolo de la vergüenza del pecado. Concluye Conn esta observación diciendo: “Al dividir la Biblia en siete dispensaciones contribuye mucho a negligir la unidad del camino de salvación establecido por Dios por gracia a través de la fe”. Se desvincula también así la gracia y la fe de la ley, como si ésta última ya no tuviera ninguna relación con la iglesia y como si la gracia y la fe no se hubieran manifestado también de manera sobresaliente en numerosos episodios de la historia sagrada acontecidos en el periodo o “dispensación” de la ley.

Valga decir que otra objeción al dispensacionalismo es que las únicas de las dispensaciones por ellos señaladas que tienen todo el peso del caso serían la de la ley en el Antiguo Testamento y la de la gracia en el Nuevo, pues es evidente que estos son los énfasis particulares y expresos que se hace de cada una de ellas en ambos testamentos respectivamente, sin que dejen de superponerse la una a la otra, estando la gracia y la fe en el trasfondo de la ley en el Antiguo Testamento, y la ley en el trasfondo de la gracia y la fe en el Nuevo Testamento. Las demás dispensaciones no tienen el mismo peso que ellos reclaman para ellas y en el mejor de los casos se encuentran encriptadas o codificadas, esperando a que los dispensacionalistas las descifraran, descubrieran, identificaran y formularan en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX en una pretensión similar a la compartida con el movimiento pentecostal moderno en cuanto a la actividad del Espíritu Santo. Colocar al mismo nivel que la ley, la gracia y la fe nociones como la inocencia, la conciencia, el gobierno humano, la promesa y un milenio que un significativo número de la cristiandad no suscribe de manera literal, no deja de sonar artificial, forzado y pretencioso.

Por otra parte, su excesiva literalización de las promesas relativas al establecimiento del Reino de Dios en la tierra, asociadas casi por completo con un reino político entendido como la restauración terrenal del reino de David del Antiguo Testamento con su capital en Jerusalén en cabeza de Cristo y en una especie de corregencia con el propio rey David, hace de él un evento exclusivamente futuro que pasa por alto que cuando Cristo comenzó su ministerio público lo presentó diciendo de manera recurrente que el reino de los cielos se había acercado, así como su respuesta a los fariseos en estos términos: Los fariseos preguntaron a Jesús cuándo iba a venir el reino de Dios y él les respondió: ꟷLa venida del reino de Dios no es algo que se pueda observar. No van a decir: “¡Mírenlo acá! ¡Mírenlo allá!”. Dense cuenta de que el reino de Dios está entre ustedes” (Lucas 17:20).

Con todo y lo anterior, el dispensacionalismo tiene mérito y no es prudente desecharlo, pues tal vez las siete dispensaciones que postula dejen que desear desde una perspectiva teológica sistemática y coherente que tome en cuenta toda la revelación de Dios en la Biblia y la tradición confiable de la iglesia que gira alrededor de ella y la interpreta de manera consistente; pero sin perjuicio de esto, son de todos modos útiles en la interpretación de las dinámicas psicológicas que operan en el pueblo de Dios en general a lo largo de la historia y de cada creyente individual en relación con la salvación. Por eso y antes que nada debemos afirmar que la gracia y la fe siempre han estado presentes en todas las épocas de la historia, independiente del papel que en cada una de ellas puedan haber desempeñado la inocencia, la conciencia, el gobierno humano, las promesas de Dios y la ley en el propósito de conducir a las personas a la fe y la salvación en Cristo.

El mismo acto de creación de la especie humana por el que Dios nos otorga gratuitamente el ser y la existencia es un acto de gracia total en el que no hay ningún mérito de nuestra parte, así como también es un acto de gracia divina habernos creado a su imagen y semejanza y habernos colocado en las condiciones paradisíacas e ideales propias del jardín del Edén en una relación de confianza y de acceso directo y cercano con Dios, en lo que tiene que ver con la dispensación de la inocencia, malograda con la desobediencia de nuestros primeros padres. Asimismo, en la dispensación de la conciencia la gracia de Dios se manifiesta hacia los hombres en el linaje de Set a través del cual se desenvuelve la “línea mesiánica” que culminará con la encarnación de Cristo como hombre para redimirnos. No pasemos por alto que en relación con Set y su descendencia la Biblia nos revela que fue a partir de él y desde entonces que: “… se comenzó a invocar el nombre del Señor” (Génesis 4:26), evocando anuncios proféticos como el de Joel 2:32 que dice: Y todo el que invoque el nombre del Señor será salvo…” citado en dos ocasiones en el Nuevo Testamento en el contexto del evangelio en boca del apóstol Pedro (Hechos 2:21) y en boca del apóstol Pablo (Romanos 10:13).

Del mismo modo, en el marco de esta misma dispensación y hacia el final de ella, la gracia es la que, prácticamente cierra el relato, pues antes de siquiera afirmar que “… Noé era un hombre justo y honrado entre su gente. Siempre anduvo fielmente con Dios” (Génesis 6:9), declaración en la que puede infiltrarse la idea de que fueron sus méritos los que lo llevaron a ser aprobado por Dios y a ser salvado del diluvio, se nos dice previamente que: “Noé halló gracia a los ojos del Señor” (Génesis 6:8). Posteriormente, en la siempre discutible dispensación del gobierno humano posterior al diluvio, la gracia se manifiesta inicialmente en el pacto sellado con la señal del arco iris como recordatorio de que: “… «Aunque las intenciones del ser humano son perversas desde su juventud, nunca más volveré a maldecir la tierra por culpa suya. Tampoco volveré a destruir a todos los seres vivientes como acabo de hacerlo” (Génesis 8:21). La gracia de Dios continúa desdoblándose aquí en la elección de linaje de Sem, uno de los tres hijos de Noé y la bendición pronunciada sobre él y sus descendientes, entre quienes se encuentra Abraham, con quien se inicia la dispensación de la promesa.

Una dispensación en la cual la gracia sobresale de manera destacada en el hecho mismo de la elección soberana de Abraham, rescatado por Dios del paganismo en el que vivía en Ur de los Caldeos, y bendecido por Él para hacer de él una nación grande a través de la cual serían bendecidas todas las naciones de la tierra. Y la fe ocupa también en esta dispensación un papel protagónico, pues no en vano Abraham es conocido como “el padre de la fe” y es el paradigma de la justificación por la fe, como consta en Génesis 15:6 que dice de manera escueta y puntual: “Abram creyó al Señor, y el Señor lo reconoció a él como justo” (Genesis 15:6). Pablo resalta en la epístola a los Romanos este hecho como algo anterior al establecimiento de la ley y anterior a la circuncisión, uno de los actos prescritos por la ley más representativo de la obediencia a ella al constituirse en la señal física que apartaría y diferenciaría a los israelitas del resto de pueblos. La gracia de Dios también se manifiesta a lo largo de este periodo histórico en la preservación del pueblo de Israel, no debido a su especial lealtad y fidelidad a él, sino siempre por amor a las promesas inmerecidas hechas a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, como se lo recuerda y reitera en varias oportunidades Dios a su pueblo.

En la dispensación de la ley, si bien en ella como es apenas obvio los méritos asociados a la obediencia a la ley están en primer plano, la gracia se encuentra presente desde el principio, pues la travesía de Israel por el desierto no se caracterizó por la obediencia del pueblo, ni tampoco la conquista de la tierra prometida y el establecimiento en ella. Por el contrario, fue la fidelidad y la gracia soberana de Dios la que preservó al pueblo a lo largo de todo este periodo y, en medio de los juicios repetidos a los que este se hizo merecedor por su infidelidad y desobediencia a Dios, les permitió permanecer en ella y retornar a ella luego del merecido exilio en Babilonia, manteniendo para sí siempre un remanente o pequeño resto del pueblo que no fue destruido en los juicios divinos, procedente del Reino del sur o Judá. Justamente, también podemos mencionar aquí el pacto de Dios con David, un acto de gracia extendida hacia su descendencia real que, sin ser mucho mejores que los reyes del Reino del norte o Israel, vieron como su dinastía era preservada por Dios contra viento y marea, a diferencia de lo sucedido con el políticamente convulsionado Reino del norte en el que se sucedieron de manera violenta nueve dinastías diferentes en el trono hasta prácticamente su extinción a manos de los asirios.

De la actual dispensación de la gracia no hay nada que decir, pues su propio nombre indica el papel que la gracia y la fe desempeña en ella. Así que habría que pasar a la controvertida dispensación del milenio literal que no suscriben representativos sectores de la cristiandad. En lo personal, si bien soy premilenialista y me inclino decisivamente hacia él en mi leal sentir y entender de la Biblia, no tengo resueltos los problemas y cuestionamientos que se levantan en mi cabeza en contra de un milenio literal y la comprensión de su necesidad y pertinencia antes de entrar en la bienaventuranza eterna reservada para el pueblo de Dios ꟷun pueblo procedente de Israel y de la iglesia gentil por igualꟷ, con el establecimiento definitivo del reino de Dios en la tierra en el que todos los cristianos creemos y tenemos cifradas nuestras esperanzas.

Pero aun así puedo ver la gracia de Dios dominando esta dispensación en el hecho de que los creyentes efectivamente redimidos estaremos ya en el milenio por encima del enfrentamiento actual entre el bien y el mal, sin nada ya que probar ni demostrar y sin relación alguna con el pecado y con cualquier tipo de aflicción presente, con cuerpos glorificados y transformados y viviendo en un mundo ideal en condiciones de abundancia rebosante en ausencia de carencias de ningún tipo, en comunión y comunicación estrecha con Dios sin ambigüedades ni confusiones, como las que de todos modos experimentamos actualmente, disfrutando ya de las bendiciones plenas de la bienaventuranza eterna, pues si el milenio es en algún sentido todavía un periodo de prueba, lo es únicamente para los seres humanos no redimidos que se encuentren en él.

Por último, las dispensaciones ilustran más bien todos los recursos provistos por Dios para relacionarnos con Él en Cristo con miras a la salvación. La inocencia, la conciencia, el gobierno humano, la promesa y la ley no son pues pautas históricas restringidas a una época por las que estaremos siendo sucesivamente juzgados, sino ayudas de la fe en el marco de la gracia, pues ciertamente, aunque nunca podamos alegar inocencia absoluta en relación con Dios, si podemos alegar inocencia relativa en relación con los conflictos con nuestros semejantes, como lo hace David en los salmos y Job en el libro que lleva su nombre. La conciencia igualmente nos orienta, nos obliga y en el peor de los casos, nos hace conscientes de haber trasgredido sus dictados, al igual que lo hace también en su momento la ley, que no es más que hacer concretos y explícitos para todos los dictados internos de nuestras propias conciencias cuando con nuestras reiteradas transgresiones a ella terminamos endureciéndola y volviéndola inoperante.

El gobierno humano nos recuerda que la obediencia a la ley es imperativa para la sana y armónica convivencia social y que su transgresión conlleva castigos y consecuencias indeseables para todos. Y finalmente, las promesas de Dios giran alrededor de los anuncios esperanzadores que la evangelización de la iglesia lleva a cabo para invitar a los hombres al arrepentimiento humilde, la confesión, el perdón y la reconciliación que Dios nos otorga en el evangelio de Cristo. Y el dispensacionalismo, al margen de las críticas hacia él, debidamente matizado y ajustado, nos recuerda de manera oportuna todo esto y mantiene de este modo su provecho y vigencia.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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