En el conflicto espiritual o guerra cósmica en que estamos inmersos hasta nueva orden, en medio del fuego cruzado entre Satanás y sus huestes y Dios y sus ángeles en la rebelión emprendida por los primeros contra estos últimos; los creyentes somos quienes nos hemos colocado ya de parte de Dios y nos hemos enrolado en sus fuerzas, mientras que los no creyentes son en su gran mayoría una especie de idiotas útiles que prestan su servicio sin saberlo a Satanás, que los utiliza como prescindible carne de cañón, sin perjuicio de la manera en que Dios puede servirse de ellos de manera soberana en la medida en que sus conciencias también los inclinen eventualmente a hacer lo correcto, a pesar de ellos mismos y de su indiferencia o su mayor o menor resistencia hacia Dios y el evangelio, sin perjuicio de la iniciativa divina para iluminarlos y salvarlos atrayéndolos a Él. En un estado de cosas con hostilidades y acciones de lado y lado tan complejas y sutiles como éste, con todas las enmarañadas relaciones y conexiones que nos vinculan a los seres humanos de uno y otro bando indistintamente a lo largo de la historia, es apenas normal que haya bajas de lado y lado. Pero las bajas del lado de Dios, cuando tienen lugar (como el proverbial y más evidente e ilustrativo caso de los mártires), son siempre estratégicas y serán al final anecdóticas a la luz de lo ya hecho por Cristo al respecto en la cruz, en la que: “Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal” (Colosenses 2:15), como lo confirmará ya sin lugar a duda en su inminente segunda venida.
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