Uno de los episodios milagrosos y proverbiales en el peregrinaje de Israel por el desierto fue la provisión de agua haciendo que ésta brotará de la roca. Sin embargo, la alegría y tranquilidad que esto estaba llamado a brindar al pueblo en cuanto a la confianza en el cuidado de Dios por los suyos, fue ensombrecida por el hecho de que fue también este episodio el que se convirtió en ocasión de caída para Moisés y Aarón, impidiéndoles entrar a la tierra prometida como consecuencia de ello: “Tal como el Señor se lo había ordenado, Moisés tomó la vara que estaba ante el Señor. Luego Moisés y Aarón reunieron a la asamblea frente a la roca, y Moisés dijo: «¡Escuchen, rebeldes! ¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca?» Dicho esto, levantó la mano y dos veces golpeó la roca con la vara, ¡y brotó agua en abundancia, de la cual bebieron la asamblea y su ganado!” (Números 20:9-11). La obediencia aquí no fue completa, pues en lugar de hablar a la roca, como se le había indicado hacerlo: “… tú y tu hermano le ordenarán a la roca que dé agua…” (Números 9:8), Moisés dirigió la palabra al pueblo, atrayendo la atención sobre sí mismos y no sobre Dios y, además, golpeó la roca dos veces con la vara, algo que en ningún momento se le ordenó que debía hacer. En consecuencia: “El Señor les dijo a Moisés y a Aarón: «Por no haber confiado en mí, ni haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no serán ustedes los que lleven a esta comunidad a la tierra que les he dado»” (Números 20:12), confiriéndole un sabor agridulce a una ocasión que debería haber sido festiva y de celebración para todos
El agua de la roca
“La provisión de agua en el desierto fue agridulce, pues a la par con la manifestación del poder de Dios, también fue ocasión de caída para Moisés”
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