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Estudios bíblicos

Diferencias, uniones y distinciones

Decía Karl Barth que: “Solamente hay paz si se mantienen las distinciones”. Es por eso que, en la vida en general y en el intercambio de opiniones en particular, identificar las distinciones con precisión es un ejercicio necesario que afecta la manera más o menos constructiva y armónica en que nos relacionamos con el entorno en que nos desenvolvemos, en especial en lo que tiene que ver con las relaciones interpersonales que entablamos con quienes también se encuentran dentro de este mismo entorno. Identificar y reconocer las distinciones nos evita confusiones y discusiones innecesarias e inconvenientes. Sin embargo, enfatizar en exceso las distinciones nos puede conducir también al extremo de llegar a dividir y separar aspectos de un fenómeno cualquiera que, a pesar de ser distintos, deben mantenerse unidos si queremos alcanzar una correcta comprensión de ellos, sin perjuicio de sus diferencias. Las distinciones no riñen, entonces, con la unidad, armonía y complementaridad que puede existir entre aspectos diferentes de una misma realidad. Es posible, e incluso necesario, por ejemplo, distinguir conceptualmente entre la naturaleza humana y la divina de Jesucristo; o entre su identidad, sus acciones o sus palabras; pero no es posible separar estos aspectos complementarios de la personalidad única e indivisible de nuestro Señor sin correr el riesgo de no hacerle justicia en el proceso o aún de terminar fomentando herejías de manera inadvertida.

Asimismo, hombres y mujeres compartimos la misma dignidad que es inherente a nuestra condición humana: “Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó (Génesis 1:27), de tal modo que las distinciones de sexo o de género, si bien son necesarias, no deben utilizarse para dividirnos o separarnos propiciando enfrentamientos o “guerras de sexos” a la manera del feminismo actual con su extremista rechazo a los hombres o androfobia, que llega incluso al odio a los hombres, también llamado misandria. Aunque lo mismo hay que decir del tradicional machismo chovinista en el que han degenerado las sociedades patriarcales y su frecuente acompañante: la misoginia u odio a las mujeres. Porque es justamente nuestra común y compartida condición humana la que hace posible la constructiva y legítima unión entre hombre y mujer en el vínculo matrimonial, tal cómo fue establecido en el principio: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser” (Génesis 2:24); y ratificado por Cristo en el Nuevo Testamento: “y dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo’? Así que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mateo 19:5-6), “‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo’. Así que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Marcos 10:7-9); sin que las distinciones y contrastes de género sean obstáculo para alcanzar esta unidad, sino que, por el contrario, son justamente éstas las que hacen interesante, atractiva y deleitosa la relación activando así todo el potencial benéfico que hay en ella.

De manera semejante, la imagen y semejanza divinas plasmadas en el ser humano por Dios al crearlo: “y dijo: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo». Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó” (Génesis 1:26-27), son las que, gracias también a las obvias y manifiestas distinciones, diferencias y distancias que existen entre la criatura y el Creador; hacen posible no sólo la encarnación de Dios como hombre en la persona de Jesús de Nazaret, uniendo en una sola persona las de cualquier modo distintas naturalezas humana y divina; sino también ─retomando la frase de Barth─ la paz con Dios, mediante la unión personal e íntima del ser humano con Él en virtud de la fe en Cristo: “en consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1), a la que hace también alusión puntual el apóstol Pablo de manera categórica y concluyente con estas sugestivas palabras: “… el que se une al Señor se hace uno con él en espíritu” (1 Corintios 6:17), en lo que se conoce en la tradición bíblica cristiana como la “comunión” que se refiere, en primera instancia, a la unión personal de cada creyente con Dios en la persona de Cristo y, por extensión, a la comunión entre los creyentes en Cristo en el contexto de la iglesia y sus actividades comunitarias.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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