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Diezmos, ofrendas y primicias

El tema de los diezmos es, tanto dentro como fuera de la iglesia, un tema controvertido y espinoso, pues toca nuestro bolsillo, para muchos, el órgano más sensible del cuerpo humano. En la iglesia es controvertido porque las opiniones en ella están divididas entre quienes afirman que su vigencia era solo para el Antiguo Testamento y no para el Nuevo, mientras que otros defienden su plena vigencia también en el Nuevo Testamento. Y fuera de la iglesia es un tema espinoso por la manera en que algunas iglesias ꟷen particular las llamadas “megaiglesias” o iglesias de gran tamaño y poder económicoꟷ han abusado de los diezmos y las ofrendas para el enriquecimiento personal de sus pastores, brindando oportunidad a los detractores del cristianismo para generalizar injustamente y señalar a todas las iglesias de ser un negocio para explotar a sus fieles de maneras que rayan en lo fraudulento. Ahora bien, sin entrar en estas discusiones y sin perjuicio de la condenación de los abusos llevados a cabo en su nombre, los diezmos y ofrendas como forma de sostenimiento de la iglesia y de financiación de todas sus actividades no tiene nada de extraordinario y es completamente razonable y legítimo, pues de no ser así toda organización humana que se sostenga con las contribuciones de sus miembros queda de inmediato descalificada y no solo la iglesia y eso cobija, entonces, mucho más de lo que los detractores de la iglesia pretenden con sus señalamientos y críticas y estarían, por lo mismo, dispuestos a reconocer.

Y la discusión al interior de la iglesia sobre su vigencia actual también puede ser un poco bizantina, pues el argumento de que el diezmo ꟷque como su nombre lo indica, se refiere estrictamente al diez por ciento de nuestros ingresosꟷ, pertenece a la ley y no a la gracia, pasa por alto que en el sermón del monte el Señor Jesús puso los estándares de conducta de los creyentes, bajo la gracia, muy por encima de los requerimientos de la ley, por lo que quienes sostienen que la obligación del diezmo ya no está vigente no pueden dejar de reconocer la exhortación evangélica a una generosidad mayor en el Nuevo Testamento que la que caracterizó al Antiguo Testamento, por lo que en este contexto y en gracia de discusión, el diezmo sería el mínimo común denominador que, en conciencia, deberían cumplir todos los cristianos, siendo las ofrendas, que ostentan un carácter más libre y voluntario ꟷpues no están atadas a porcentajes, destinaciones ni montos definidosꟷ, la añadidura que un creyente, bajo la gracia en la iglesia, y en aras de superar los estándares mínimos para la generosidad y el apoyo a la obra de Dios en la iglesia ordenados en el Antiguo Testamento; debería añadir al monto representado por el diezmo.

Dejando, pues, atrás esta discusión y despachándola de esta manera sin entrar en más detalles; hay que señalar que, además de los diezmos y las ofrendas, la Biblia en general y el Antiguo Testamento en particular, en el marco de la generosidad debida a Dios y a su obra centrada en el templo y en el ritual asociado a él en cabeza de sacerdotes y levitas, habla también de las llamadas “primicias”, por lo cual es oportuno centrar nuestra atención ahora en su significado y relación con los diezmos y las ofrendas. Las primicias, como su nombre lo indica también, hacen referencia a los primeros frutos, considerados como los mejores de la cosecha y que en la ley se estableció que pertenecían a Dios y debían ser entregados al templo. Eso cobijaba a los animales de los rebaños y no solo a los productos agrícolas de la tierra y se entregaban en especie y, en el caso de animales que quisieran ser rescatados y conservados, debía llevarse en su defecto al templo su valor en dinero de acuerdo a las estimaciones y tasaciones que la ley establecía para estos casos que, en principio, eran casos de excepción.

Para las sociedades altamente urbanizadas e industrializadas de hoy las primicias así entendidas no dejan de sonar algo extrañas, pero para los pueblos agrícolas de la antigüedad como los egipcios, los babilonios, los griegos, los judíos, etc., eran muy comunes, en medio de los ciclos de fecundidad de la naturaleza, tan preciosos para sortear la posibilidad de las temidas hambrunas. Así, como quiera que entendieran y concibieran a Dios, en todas estas sociedades antiguas, las primicias eran un reconocimiento a Él, como sucedía en Israel, ꟷo en su defecto a los dioses de los pueblos politeístas e idólatrasꟷ, como el Dador o dadores de todo y a quienes se honraba y se les daba las gracias, entonces, por medio de la entrega de las primicias. En este orden de ideas, no es fácil ver la diferencia entre los diezmos y las primicias en el Antiguo Testamento, al punto de que algunos los asocian y los confunden entre sí. Pero si bien están estrechamente asociados, no son lo mismo, comenzando porque el diezmo, que también se podía y se solía dar en especie, hace referencia estricta a la décima parte de los frutos de la tierra y del ganado en todo tiempo y circunstancia, mientras que las primicias correspondían a los primeros frutos de la tierra en tres oportunidades y momentos puntuales del año: la cosecha de la cebada, la cosecha del trigo y la vendimia o cosecha de la uva, que correspondían también a las tres principales fiestas de los judíos, a saber: la pascua, pentecostés y la fiesta de las cabañas.

Por eso, la asociación entre los diezmos y las primicias consiste en que, al igual que las primicias, que eran no solo las mejores cosechas, sino las primeras; los diezmos deben ser lo primero que un creyente tiene en cuenta y separa de sus ingresos para ser entregado sin dilación a la iglesia, más allá de los cálculos presupuestales y de los eventuales déficits a los que estos cálculos puedan conducir, pues el diezmo es un acto de fe y confianza en la provisión de Dios, a pesar de todo, pues si no se hace de este modo, apartándolo antes de cualquier otro rubro y sin tomar en consideración cálculos presupuestales, podemos sentirnos tentados a atender primero otras responsabilidades económicas en detrimento del diezmo y a descubrir al final que, cuando queremos entregarlo de manera tardía, ya no tenemos los recursos necesarios para hacerlo con el consecuente incumplimiento de esta obligación en conciencia delante de Dios.

Así, pues, los diezmos y las primicias pueden haber coincidido en las sociedades agrícolas antiguas, sin que esta enseñanza transmitida por las primicias en relación con la obligación del creyente de apartar el diezmo primero y antes que nada, deje de ser muy útil y pertinente para las sociedades de hoy en las que, con muy pocas excepciones lo que predomina es el ingreso en dinero y no en especie, reflejado a través de balances contables, sueldos o salarios periódicos, en especial de carácter mensual o quincenal. Pero sin hacer de esto una prescripción legal ni mucho menos que obligue hoy en conciencia a los miembros de la iglesia que puedan ser cobijados por estas consideraciones ꟷcomo sí lo sería el diezmo propiamente dicho para todos los cristianos sin excepciónꟷ; los creyentes que se desenvuelven en contextos agrícolas o que tienen intereses e inversiones en este campo primario y ancestral de la economía que se ha tecnificado mucho, con el consecuente incremento de su productividad que da lugar a buenos excedentes, podrían tenerlo presente para transformar las rentas de la tierra de las que disfrutan de forma privilegiada, también en primicias que podrían entregar en dinero para el sostenimiento de la obra de Dios en la iglesia en los momentos puntuales de la cosecha a lo largo del año agrícola, en ejercicio de la mayor generosidad que bajo la gracia se espera del creyente: “… recordando las palabras del Señor Jesús: ‘Hay más dicha en dar que en recibir’ »” (Hechos 20:35) y el anuncio profético: “Pero el generoso concebirá acciones generosas, y por las acciones generosas permanecerá” (Isaías 32:8 RVA-2015).

Por lo demás, las primicias también son un concepto espiritual, por el cual el Nuevo Testamento presenta a Cristo: “como primicias de los que murieron” (1 Corintios 15:20), designación que implica, más allá de su sentido cronológico, que en relación con la resurrección y descontando a Cristo, aún hay un fruto que debe recogerse. En este orden de ideas, los cristianos también tenemos las “primicias del Espíritu” (Romanos 8:23), todo lo cual indica que, además de que Cristo haya sido el primero y el principal de todos los seres humanos llamados a experimentar la resurrección en su momento, también los creyentes en la iglesia seríamos desde ahora un anticipo o los primeros frutos de la nueva creación de Dios en el Espíritu, que será consumada con Su segunda venida en gloria, sellados y apartados desde ahora para este destino glorioso por la presencia del Espíritu en cada uno de nosotros.

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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