Uno de los lunares, tal vez el más destacado, que manchó el exitoso reinado de David sobre Israel, y le acarreó dolorosos problemas, fue su adulterio con Betsabé, la esposa de Urías el hitita, uno de los más leales capitanes de su ejército, a quien también en su momento mandó matar para poder casarse apresuradamente con la viuda y ocultar así el embarazo producto de la infidelidad de Betsabé, con el que hubiera quedado expuesta al señalamiento y el eventual apedreamiento, que era el castigo establecido en la ley para los casos de comprobada inmoralidad sexual. La secuencia original de hechos que desencadenó esta situación es descrita así en la Biblia: “En la primavera, que era la época en que los reyes salían de campaña, David mandó a Joab con la guardia real y todo el ejército de Israel para que aniquilara a los amonitas y sitiara la ciudad de Rabá. Pero David se quedó en Jerusalén. Una tarde, al levantarse David de la cama, comenzó a pasearse por la azotea del palacio y desde allí vio a una mujer que se estaba bañando. La mujer era sumamente hermosa” (2 Samuel 11:1-2). Así, pues, queda claro que fue la permanencia de David en Jerusalén mientras su general Joab y el ejército se encontraba en campaña, justo en la época “en que los reyes salían de campaña”, y su actitud ociosa más allá del necesario descanso que todos necesitamos, las que propiciaron que quedara expuesto a tentaciones que se podrían haber evitado si alguna de estas dos circunstancias ꟷo las dosꟷ, no se hubieran presentado, sirviéndonos como ejemplo para que nos suceda lo mismo
Descanso, pero no ocio
"Hay que descansar, pero sin caer en el ocio que nos impide cumplir nuestras tareas y nos deja expuestos a tentaciones que podríamos haber evitado”
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