El amor de una madre es natural e instintivamente y en términos normales uno de los amores más entrañables, puros y desinteresados de todos. Como tal, ilustra la pauta abnegada que deberían, guardadas las proporciones, honrar todos los demás tipos de amor, incluyendo el romántico, el afecto, la amistad y la caridad entre los hombres. Este amor se ilustra bien en el caso proverbial que se ha hecho célebre para demostrar la gran sabiduría del rey Salomón en el que dos prostitutas que habían sido madres acuden a él reclamando ambas ser la madre del bebé vivo, en vista de que el bebé de una de ellas había muerto sofocado por el cuerpo de su madre dormida durante la noche. Ante los reclamos y discusiones de ambas afirmando cada una de ellas ser la madre del bebé vivo y sin poder determinar cuál de las dos decía la verdad, Salomón toma la decisión drástica y sorpresiva de dividir al bebé vivo en dos y darle una parte a cada una de ellas, ante lo cual: “La verdadera madre, angustiada por su hijo, dijo al rey: ꟷ¡Por favor, mi señor! ¡Dele usted a ella el niño que está vivo, pero no lo mate! En cambio, la otra exclamó: ꟷ¡Ni para mí ni para ti! ¡Que lo partan!” (1 Reyes 3:26). Y es que así como el amor de una madre es tan abnegado que prefiere el bienestar y la felicidad de su hijo aunque se encuentre dolorosamente lejos de ella, si es el caso, antes que la desgracia y la infelicidad a su lado; así también deberían hacerlo los demás amores en relación con la persona amada, sea cónyuge, familiar, amigo o su prójimo, sin procurar amarrarlo a nuestro lado para su propia desgracia
Dele a ella el niño que está vivo
"El amor verdadero en su forma más pura prefiere el bienestar de la persona amada, aunque ésta se encuentre lejos, que su infelicidad a nuestro lado”
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