En su huida apresurada de Jerusalén con ocasión de la conspiración contra él de su hijo Absalón, huida emprendida para evitar involucrar a la población civil de la ciudad en el conflicto y organizarse mejor para enfrentarla; el rey David fue confrontado de forma atrevida por Simi, un miembro de la familia del malogrado rey anterior, Saúl, que lo insultó y lo maldijo tratándolo como asesino en el entendido de que Dios le estaba cobrando sus crímenes al arrebatarle el reino y entregárselo a su hijo Absalón. Abisay, uno de los hijos de Sarvia y hermano del general Joab al mando del ejército de David, se indignó por este trato desobligante, oportunista e irrespetuoso de Simi para con el rey y solicitó de David la autorización para arremeter contra él y matarlo: “Pero el rey respondió: ꟷEsto no es asunto mío ni de ustedes, hijos de Sarvia. A lo mejor el Señor le ha ordenado que me maldiga. Y si es así, ¿quién se lo puede reclamar? Dirigiéndose a Abisay y a todos sus oficiales, David añadió: ꟷSi el hijo de mis entrañas intenta quitarme la vida, ¡qué no puedo esperar de este benjamita! Déjenlo que me maldiga, pues el Señor se lo ha mandado. A lo mejor el Señor toma en cuenta mi aflicción y me paga con bendiciones las maldiciones que estoy recibiendo hoy” (2 Samuel 16:10-12), dejando así el asunto en las manos de Dios hasta que esta lamentable y confusa situación se decantara y aclarara en el curso de su desenvolvimiento posterior y Dios estableciera justicia confirmando su respaldo al rey o desechándolo como tal para entregar entonces el reino a su hijo Absalón
Déjenlo que me maldiga
"Cuando no se tiene una visión clara de las cosas es mejor esperar el curso de los acontecimientos y no juzgar ni emprender acciones antes de tiempo”
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