En la antigüedad la lucha entre paladines para definir los resultados de una guerra sin involucrar en el combate a todo el ejército no era algo conocido solo entre los griegos, como lo plantea Homero en la Iliada, sino también en la Biblia. Aunque no era habitual, en la Biblia hay más de un caso, siendo el más conocido el de David y Goliat, quien lo planteó de este modo: “Goliat se detuvo ante los soldados israelitas y los desafió: «¿Para qué están ordenando sus filas para la batalla? ¿No soy yo un filisteo? ¿Y no están ustedes al servicio de Saúl? ¿Por qué no escogen a alguien que se me enfrente? Si es capaz de hacerme frente y matarme, nosotros les serviremos a ustedes; pero si yo lo venzo y lo mato, ustedes serán nuestros esclavos y nos servirán»” (1 Samuel 17:8-9). La representación que el paladín hace de toda la nación está en línea con la manera en que las acciones de Adán nos afectan a todos sus descendientes en lo que se conoce como la doctrina del pecado original. Adán fue lo que en teología se designa como la “cabeza federal de la humanidad”, es decir que no actuaba a título personal, sino como representante de toda la humanidad, de tal modo que lo que él hizo nos afecta a todos y ninguno de nosotros en su lugar lo hubiera hecho mejor o diferente a como él lo hizo. Es significativo al respecto que la palabra adam deba traducirse en la Biblia, dependiendo del contexto, ya sea como un nombre propio para identificar y referirse al personaje que conocemos con este nombre, o como un sustantivo genérico para referirse al hombre, al ser humano o la humanidad como un todo
David y Goliat
"La lucha entre paladines para dirimir batallas expresa el principio bíblico de la representación que un individuo puede hacer de todo un pueblo”
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