El simbolismo del agua es diverso en las Escrituras. Por una parte, evoca al Espíritu Santo y la manera en que Su presencia purifica y renueva nuestras vidas, saciando nuestra sed espiritual de formas deleitosas y refrescando nuestras almas de maneras en que el mundo no lo puede hacer. Y por otra, evoca las pruebas que moldean nuestro carácter y nos llevan eventualmente a tener que pasar por las aguas para poder acceder a nuevos niveles de madurez espiritual, junto con sus correspondientes bendiciones y responsabilidades. La salida del pueblo de Israel de Egipto estuvo marcada por el dramático paso del Mar Rojo que estableció un punto de no retorno del pueblo a su anterior esclavitud. Y la llegada a la tierra prometida, a su vez, también incluyó de un modo similar el paso del Jordán, que era la frontera natural de la tierra que Dios le había asignado y entregado a Su pueblo, como podemos leerlo: “Por su parte, los sacerdotes que portaban el arca del pacto del Señor permanecieron de pie en terreno seco, en medio del Jordán, mientras todo el pueblo de Israel terminaba de cruzar el río por el cauce totalmente seco” (Josué 3:17). Este paso de las aguas no siempre es fácil y puede llegar a ser intimidante. Por eso Dios promete que cuando tengamos que cruzar las aguas, Él estará con nosotros: “Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas…” (Isaías 43:2). El bautismo en agua involucra, entre otros, este simbolismo, siendo el rito de iniciación por excelencia del cristianismo que da lugar a una “ruptura de nivel” irreversible en la vida del creyente
Cuando cruces las aguas
“Pasar por las aguas es una experiencia que indica en la Biblia la entrada a una etapa más madura y de mayor confianza en Dios en la vida de fe”
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