El individualismo es la perversión que acecha a las sociedades moldeadas por la Biblia y su benéfica influencia a favor de la libertad asociada al evangelio, que nos faculta para asumir en toda propiedad nuestras responsabilidades como personas e individuos únicos y diferentes entre sí ante Dios y ante el mundo, en lo que se designa como “libertades individuales”. Pero el legítimo ejercicio de las libertades individuales no puede desentenderse nunca del bien común y de la solidaridad que nos vincula en mayor o menor grado los unos a los otros en el seno de la comunidad. Cuando esto sucede surge el nefasto individualismo por el que las personas buscan satisfacer a toda costa sus necesidades individuales y persiguen únicamente sus metas egoístas con indiferencia o incluso en perjuicio de los demás y terminan así echándose la soga al cuello, pues si ganamos nosotros mientras los demás pierden, o mejor aún, si para que nosotros ganemos los demás tienen que perder, al final y más temprano que tarde todos perdemos sin excepción. Algo que los miembros de las tribus de Gad y Rubén entendieron bien cuando, ya instalados y habiendo tomado posesión de su propio territorio al lado oriental del Jordán, se comprometieron no obstante a ayudar a las otras diez tribus a tomar posesión de sus propios territorios al occidente del Jordán: “Los gaditas y los rubenitas respondieron: ꟷSomos sus siervos y haremos lo que el Señor ha mandado. Tal como él lo quiere, cruzaremos armados delante del Señor a la tierra de Canaán. Pero nuestra heredad estará de este lado del Jordán” (Números 32:31-32)
Cruzaremos armados delante del Señor
“Aunque nuestras legítimas aspiraciones estén ya satisfactoriamente alcanzadas, debemos de todos modos ayudar a que los demás alcancen las suyas”
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