La justificada polémica emprendida por los reformadores en contra del catolicismo y de la tradición por él suscrita y defendida, en contravía en muchos casos con los contenidos bíblicos, ha generado en amplios sectores del protestantismo evangélico una actitud de oposición a ultranza hacia la tradición que incurre en el error de “arrojar el agua sucia con el bebé adentro” al desechar los primeros 15 siglos de historia de la iglesia como pertenecientes al catolicismo y a la tradición que se pretende combatir, en vez de examinarlo todo y retener lo bueno, como lo ordena la Biblia. Así, estos sectores del protestantismo terminan emparentados con los nuevos iluminados fundadores de sectas, que pretenden ser los herederos de la iglesia del primer siglo y entroncar con ella pasando por alto y desechando de manera olímpica, altiva, ignorante y atrevida los casi veinte siglos de historia que nos separan de ella, presumiendo que con ellos y su grupo se recomienza y endereza la historia, solo para concluirla abruptamente. Pero lo cierto es que el protestantismo tiene ya poco más de 20 siglos de historia, 15 de ellos comunes con el catolicismo romano antes de romper con él y todos los teólogos y cristianos anteriores a esta ruptura son, para bien y para mal, patrimonio común de ambas ramas, de manera que: “… ellos no llegaran a la meta sin nosotros… Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 11:39-12:1)
Corramos con perseverancia
“Condenar la tradición de forma absoluta es privarnos de la experiencia de los cristianos que nos antecedieron en la fe”
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