En la Biblia en general y en el evangelio en particular se nos revela que Dios está dispuesto a perdonar nuestro pecado en todo momento, siempre y cuando lo confesemos y manifestamos verdadero arrepentimiento y fe en Cristo, mostrando así en nuestras vidas el fruto que se esperaría de todo esto. Sin embargo, si bien es cierto que en la era venidera, en virtud de la salvación y redención llevada a cabo por Cristo, todo pecado será removido y olvidado y no tendrá ya ningún efecto apreciable en nuestras vidas totalmente renovadas y sin ninguna relación con el pecado; en esta vida presente el pecado, incluso al ser perdonado, trae sin embargo consecuencias sobre nuestra actual calidad de vida que pueden deteriorarla de una manera más o menos lamentable y significativa. Y en algunos casos, estas consecuencias no son de carácter temporal, sino permanente e irreversible, como lo fueron para los israelitas que desobedecieron de un modo recurrente durante el peregrinaje por el desierto: “El Señor le respondió: ꟷMe pides que los perdone, y los perdono. Pero juro por mí mismo, y por mi gloria que llena toda la tierra, que aunque vieron mi gloria y las maravillas que hice en Egipto y en el desierto, ninguno de los que me desobedecieron y me pusieron a prueba repetidas veces verá jamás la tierra que, bajo juramento, prometí dar a sus padres. ¡Ninguno de los que me despreciaron la verá jamás!” (Números 14:20-23). Razón suficiente para no hacer de la posibilidad siempre abierta del perdón un pretexto para bajar la guardia a este respecto
Consecuencias irreversibles
“Dios nos perdona muchas veces, pero eso no significa que eventualmente nuestros pecados no tengan consecuencias que lleguen a ser irreversibles”
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