El peregrinaje de Israel por el desierto luego de su liberación y salida de Egipto estuvo marcado desde el comienzo por acciones milagrosas llevadas a cabo por Dios a favor de Su pueblo con el fin de protegerlos, sustentarlos y llevarlos con seguridad hasta las puertas de la tierra prometida. Estas acciones buscaban, además, alimentar la fe y la confianza del pueblo en el cuidado providencial de Dios y en Su carácter y credibilidad en la medida en que, al llevarlas a cabo, Él demostraba que tenía el poder y la voluntad para cumplir las promesas dadas a Su pueblo, de modo que mediante la fe y la confianza en Él así despertadas, el pueblo pudiera sobreponerse a las dudas y las incertidumbres que de cualquier modo experimentarían en medio de las condiciones adversas, amenazantes y hostiles del desierto y los ataques que sus enemigos emprendieran contra ellos en el curso de este peregrinaje. La toma de posesión de la tierra prometida, si bien incluía un cambio favorable de condiciones en cuanto a la riqueza y fertilidad del terreno y la posibilidad de establecerse en él junto con sus familias y descendencia, también tenía sus propios desafíos, mayores incluso en significativos aspectos, que los enfrentados en el desierto. Ante este panorama y en contravía con los temores y dudas de los diez espías restantes enviados a explorar la tierra, Josué y Caleb decidieron confiar en Dios y actuar con resolución para tomar posesión de ella, por lo que a la postre: “Caleb hizo callar al pueblo ante Moisés, y dijo: ꟷSubamos a conquistar esa tierra. Estoy seguro de que podremos hacerlo” (Números 13:30)
Estoy seguro de que podremos hacerlo
“La confianza en Dios y en lo que Él ha hecho a nuestro favor en el pasado nos permiten ver cualquier situación desafiante con optimismo y esperanza”
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