Ya hemos señalado el caso puntual de la confusión por parte de Dios de las lenguas humanas en Babel como juicio Suyo sobre el orgullo humano y la maravillosa acción en contrario que vemos en Pentecostés cuando Dios dotó a la iglesia sobrenaturalmente de lenguas que no conocía ni había nunca aprendido para poder predicar y comunicar el evangelio a todos los extranjeros allí presentes. Sin perjuicio de estos significativos episodios y su carácter singular y excepcional, lo cierto es que a partir de la caída la comunicación entre los hombres se rompió y se volvió difícil, siempre susceptible de malas interpretaciones y malentendidos que generan heridas, dolor, amarguras y resentimientos entre las partes y echan a perder el potencial para el trabajo colaborativo y de equipo entre los seres humanos víctimas de este tipo de confusiones en la comunicación constructiva. Por eso David le pedía a Dios en relación con los malvados que maquinaban continuamente en su contra: “¡Destrúyelos, Señor! ¡Confunde su lenguaje! En la ciudad solo veo contiendas y violencia” (Salmo 55:9), indicando con ello, no una confusión en el lenguaje tan drástica y excepcional como la sucedida en Babel con el surgimiento de las diversas lenguas humanas; sino esa confusión más cotidiana que nos afecta por causa del pecado y nos hace torpes para lograr comunicarnos eficientemente y con claridad, sin herir susceptibilidades y levantar prevenciones y predisposiciones que, como en un círculo vicioso, nos hacen cada vez más propensos a las malas interpretaciones y malentendidos al respecto
Confunde su lenguaje
"La confusión del lenguaje humano es una de las maldiciones de la caída y del juicio de Dios sobre el pecado que da lugar a trágicos malentendidos”
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