La vida como bendición o la vida como obligación. He ahí el dilema. En principio y antes que nada, la vida debe verse como una bendición que se disfruta y se agradece, pues es un don de lo alto, una concesión de Dios que nos faculta para ser partícipes de la vida que Él ostenta en grado superlativo como algo inherente a Su Ser, al punto que Él es la Vida por excelencia y la fuente de cualquier otra forma de vida que, en el caso del ser humano, es con mucha ventaja la vida más aproximada que existe en este mundo, por semejanza, a la de Dios. Sin embargo, en las actuales condiciones de nuestra existencia y a causa de la caída en pecado del ser humano, la vida es una empresa ardua, con sus propias problemáticas, dilemas y aflicciones cotidianas que por periodos más o menos extensos puede adquirir tal intensidad que llega a sentirse más como una obligación que como una bendición, como en el caso de Job: “»¿No tenemos todos una obligación en este mundo? ¿No son nuestros días como los de un jornalero? Como el esclavo que espera con ansias la noche, como el jornalero que ansioso espera su paga, meses enteros he vivido en vano; me han tocado noches de miseria. Me acuesto y pienso: ‘¿Cuánto falta para que amanezca?’. La noche se me hace interminable; me canso de dar vueltas en la cama hasta el amanecer” (Job 7:1-4). Pero sea como fuere y muy a menudo como una mezcla inseparable e indiferenciada de bendición y obligación; hay que vivir esta vida hasta el final responsablemente, pues es el periodo de prueba de determina nuestro destino eterno
Como los de un jornalero
“La vida humana es paradójica, pues al mismo tiempo que es una bendición que debemos agradecer, es también una obligación que tenemos que cumplir”






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