Las maldiciones se presentan en dos niveles diferentes. El primero es el más general e inadvertido de la vida diaria en el que maldecimos simplemente al “decir mal”, o en otras palabras, al hablar mal de algo o de alguien sin que exista fundamento o justificación suficiente para hacerlo, como sucede con la gente mal hablada o cuando explotamos o reaccionamos con lenguaje vulgar y soez o hacemos declaraciones injuriosas, denigrantes u ofensivas dirigidas a nuestros semejantes. El otro nivel es el de las maldiciones fríamente premeditadas y calculadas, en el que se desea, se invoca y se pronuncia expresamente el mal de alguna manera sobre otros, como sucede, de hecho, de una u otra forma en la magia y las prácticas ocultistas llevadas a cabo con el fin de dañar o traer el mal sobre otros, actividades prohibidas y condenadas en las Escrituras. Sin embargo, los creyentes no debemos temer este tipo de maldiciones, pues la Biblia nos revela al respecto que: “Como el gorrión sin rumbo o la golondrina sin nido, la maldición sin motivo jamás llega a su destino” (Proverbios 26:2). Algo que queda en evidencia de manera especial con Balán, el profeta mercenario, que a pesar de recibir un jugoso pago para maldecir a Israel y de aceptar llevar a cabo el trabajo encomendado, tuvo tantas dificultades para hacerlo que a la postre hizo la siguiente declaración que debería brindar suficiente tranquilidad al pueblo de Dios en la iglesia sobre este particular: “¿Pero cómo podré echar maldiciones sobre quien Dios no ha maldecido? ¿Cómo podré desearle el mal a quien el Señor no se lo desea?” (Números 23:8)
Como el gorrión o la golondrina
“El episodio de Balán e Israel en el Antiguo Testamento es una demostración de que las maldiciones inmerecidas y sin motivo no llegan a su destino”
Deja tu comentario