Bildad tenía razón al declarar: “«¿Puede alguien, por muy sabio que sea, serle a Dios de algún provecho? ¿Sacará alguna ventaja el Todopoderoso con que seas un hombre justo? ¿Tendrá algún beneficio si tu conducta es intachable?” (Job 22:2-3), preguntas retóricas formuladas para afirmar que Dios no necesita de nosotros, pues ningún ser humano, por sabio, justo o intachable que pueda ser, puede brindarle algún provecho, alguna ventaja o algún beneficio del que Dios no disfrute ya o que no pudiera alcanzar por Sí mismo de manera perfecta, sin nuestro imperfecto concurso. Dios es absolutamente autosuficiente, característica que se encuentra implícita en Su omnipotencia por la cual Él es conocido como el Todopoderoso o el Todosuficiente, no sólo con respecto a Sus criaturas, incluyendo, por supuesto, a la humanidad entera; sino con respecto a Sí mismo. Sin embargo, en una iniciativa que no deja de ser entrañablemente conmovedora, Dios decide crearnos e involucrarnos en el logro de Sus propósitos en el mundo, de tal manera que ha determinado que buena parte de Sus intervenciones en él para cambiar las cosas de manera favorable y encauzarlas a sus buenos propósitos estén mediadas por las acciones sabias y justas de los miembros de Su pueblo o de los hombres en general, incluyendo a aquellos que no le brindan el reconocimiento a Él debido, llevando al apóstol Pablo a declarar: “En efecto, nosotros somos colaboradores al servicio de Dios” (1 Corintios 3:9), algo que se aplica a todos los creyentes sin excepción y que deberíamos, pues, agradecer
Colaboradores al servicio de Dios
"Si bien Dios no necesita de nosotros y puede hacer las cosas mucho mejor sin nosotros, escogió hacerlo con nosotros y por intermedio de nosotros”
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