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Estudios bíblicos

Besos traidores y redentores

Afirmaba el nobel de literatura Octavio Paz que: “¡El destino de toda idea grande es el de ser traicionada!… Cristo lo es a menudo por la Iglesia”. Muchos de nosotros no nos identificaríamos personalmente con el anterior diagnóstico, considerándonos ajenos a él. Pero lo cierto es que existen demasiados episodios de la historia humana que parecen dar la razón a esta afirmación. Los acontecimientos finales de la vida de Cristo lo confirman, al tener que padecer en carne propia durante el transcurso del jueves santo, la dolorosa y conocida experiencia de la traición de uno de sus más íntimos allegados: El traidor les había dado esta contraseña: «Al que yo le dé un beso, ese es; arréstenlo y llévenselo bien asegurado». Tan pronto como llegó, Judas se acercó a Jesús.¡Rabí! ─le dijo, y lo besó” (Marcos 14:44-45). Y si bien la traición de Judas no malogró nuestra redención, sino que contribuyó a ella, el hecho es que el beso traidor de Judas no es sólo suyo sino que es el beso de toda la humanidad. Tal vez su traición sea más frontal, consciente, directa y premeditada que la de Pedro; pero dejando de lado las comparaciones, gradaciones y matices a los que somos tan afectos para atenuar y justificar nuestras culpas, hay que decir que todo pecado es un acto de traición contra Dios. El teólogo R.C. Sproul se refería a él, precisamente, como un acto de “traición cósmica” contra nuestro Creador. Es por eso que el beso de Judas representa, incluye y contiene, de manera figurada o metafórica, muchos otros besos más sutiles de nuestra parte que vale la pena identificar, al igual que los besos que Dios aprueba y demanda de nosotros, debidamente correspondidos por los besos divinos que Dios, a su vez, nos prodiga.

Comencemos por señalar, entonces, entre los besos pecaminosamente traidores, el de la idolatría: “Sin embargo, siguen pecando, pues se fabrican, según su ingenio, imágenes de fundición e ídolos de plata que no son más que obra de artesanos. De ellos se dice: «Ofrecen sacrificios humanos y besan ídolos en forma de becerros»” (Oseas 13:2); el de la fornicación: “… te librarán de la mujer ajena, de la adúltera y de sus palabras seductoras… Se prendió de su cuello, lo besó, y con todo descaro le dijo… he venido a tu encuentro; te buscaba, ¡y ya te he encontrado!… Ven, bebamos hasta el fondo la copa del amor; ¡disfrutemos del amor hasta el amanecer! Mi esposo no está en casa…    y no regresará hasta el día de luna llena»” (Proverbios 7:5-23); el de la rebelión, como la fraguada de este modo por Absalón contra su padre, el rey David, para ganar las lealtades de sus súbditos: “Además de esto, si alguien se le acercaba para inclinarse ante él, Absalón le tendía los brazos, lo abrazaba y lo saludaba con un beso” (2 Samuel 15:5); el del abandono por el que Orfa, a diferencia de Rut, se despidió de su anciana suegra Nohemí dejándola a su suerte: “Una vez más alzaron la voz, deshechas en llanto. Luego Orfa se despidió de su suegra con un beso…” (Rut 1:14); el del engaño con el que Jacob abordó a su padre ciego, Isaac, con las vestiduras de su hermano mayor, Esaú, para obtener así la bendición que le correspondía a éste: “Jacob se acercó y lo besó…” (Génesis 27:27); e incluso el de la nostalgia que nos hace aferrarnos a lo que hemos dejado atrás, impidiéndonos ir en pos del llamado que Cristo nos formula, para responderlo sin excusas ni dilaciones: “… -Permítame usted despedirme de mi padre y de mi madre con un beso dijo él, y luego lo seguiré”  (1 Reyes 19:20); “A otro le dijo: ─Sígueme. ─Señor ─le contestó─, primero déjame ir a enterrar a mi padre” (Lucas 9:59).

En oposición a todas estas formas de traición, Dios demanda de nosotros el beso santo: “Saluden a todos los hermanos con un beso santo” (1 Tesalonicenses 5:26), en sus variadas formas, tales como: el beso de la sinceridad: “Una respuesta sincera es como un beso en los labios” (Proverbios 24:26); el del amor romántico en la pareja bendecida por Dios en el vínculo matrimonial: “Ah, si me besaras con los besos de tu boca… ¡grato en verdad es tu amor, más que el vino!… ¡Ah, si fueras mi propio hermano, criado a los pechos de mi madre! Al encontrarte en la calle podría besarte, y nadie me juzgaría mal” (Cantares 1:2; 8:1); el de la bendición: “Luego el rey le dio un beso a Barzilay y lo bendijo, y Barzilay volvió a su pueblo” (2 Samuel 19:39); el de la amistad entrañable, como la de David y Jonatán: “En cuanto el criado se fue, David salió de su escondite y, luego de inclinarse tres veces, se postró rostro en tierra. En seguida se besaron y lloraron juntos, hasta que David se desahogó” (1 Samuel 20:41); el del respeto: “Moisés salió al encuentro de su suegro, se inclinó delante de él y lo besó…” (Éxodo 18:7); el de la fraternidad: “Salúdense los unos a los otros con un beso de amor fraternal” (1 Pedro 5:14); el de la reconciliación, como la de los enemistados hermanos Esaú y Jacob: “Pero Esaú corrió a su encuentro y, echándole los brazos al cuello, lo abrazó y lo besó. Entonces los dos se pusieron a llorar” (Génesis 33:4); y el de la humillación y el arrepentimiento: “Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y se los ungía con el perfume…” (Lucas 7:38-48). Sólo de este modo nuestra traición quedará cubierta con los besos divinos del perdón brindado por el padre al hijo perdido que regresa a casa: “Así que emprendió el viaje y se fue a su padre. »Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó” (Lucas 15:20) y la justificación: “El amor y la verdad se encontrarán; se besarán la paz y la justicia” (Salmo 85:10), sin olvidar nunca que, a la postre: “Más confiable es el amigo que hiere que el enemigo que besa” (Proverbios 27:6)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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