En la ley se registran no solo las acciones concretas que constituyen actos de obediencia o desobediencia a los preceptos divinos, sino también las consecuencias que ambas clases de acción traerán sobre las vidas de los obedientes o desobedientes indistintamente. Para las personas obedientes Dios promete bendiciones específicas y siempre deseables que hacen la vida de sus beneficiarios especialmente disfrutable en este mundo y para los transgresores se anuncian maldiciones igualmente específicas y detalladas que harán de sus vidas, vidas miserables: “»Pero debes saber que, si no obedeces al Señor tu Dios ni cumples fielmente todos sus mandamientos y preceptos que hoy te ordeno, vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas maldiciones” (Deuteronomio 28:15). Lo curioso, inquietante y significativo al respecto es que la extensión y el detalle en la descripción de las maldiciones consecuencia de la desobediencia es tres veces mayor que las bendiciones de la obediencia. Este carácter desigual entre bendiciones y maldiciones tal vez se deba a nuestra condición caída que nos inclina más fácilmente a la desobediencia que a la obediencia, en lo que se conoce como la doctrina del pecado original, por lo que los disuasivos de la desobediencia deben ser mayores que los estímulos a la obediencia, pues lamentablemente, a pesar de estos últimos, las bendiciones no parecen movernos a la obediencia tanto como lo pueden hacer las maldiciones sobre la desobediencia, pues nuestra psicología tiende a responder mejor a los refuerzos negativos que a los positivos
Bendiciones y maldiciones
“Es significativo que la Biblia se detenga con más detalle en describir las maldiciones de la desobediencia que las bendiciones de la obediencia”
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