Aprovecharse de los débiles para obtener algún tipo de beneficio en perjuicio de ellos es una acción particularmente vil, indignante y aborrecible que amerita el rechazo generalizado contra ella, como lo establece la ley al pronunciar maldición sobre cualquiera que comete este tipo de acción y requerir asimismo del pueblo la conformidad y confirmación personal de esta maldición, como lo leemos: “Maldito sea quien desvíe de su camino a un ciego’. Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’” (Deuteronomio 27:18). En la ley quedaron, pues, registradas a manera de ejemplo algunas acciones puntuales seleccionadas que eran especialmente pecaminosas y condenables y que no solo eran transgresiones claras de la ley, sino que son tan abiertamente censurables e indignantes a la luz de la conciencia moral de cualquier ser humano de manera evidente, que justificaban de sobra la maldición sobre ellas. Entre estas encontramos también la práctica de la idolatría, deshonrar a nuestros padres, alterar los límites de la propiedad, violar los derechos de los huérfanos, las viudas o los extranjeros y la inmoralidad sexual de tipo incestuoso o con animales, además de la corrupción y el asesinato. Por eso, si bien ya hemos señalado el hecho de que los creyentes no debemos temer las maldiciones sin motivo, puesto que: “Como el gorrión sin rumbo o la golondrina sin nido, la maldición sin motivo jamás llega a su destino” (Proverbios 26:2); estas acciones concretas brindan motivos de sobra para quedar bajo maldición independiente de que alguien las pronuncie o no expresamente sobre el infractor
Maldito el que desvíe a un ciego
“Hay acciones tan aborrecibles e indignantes que cuando alguien las comete las maldiciones de Dios sobre tal persona están de sobra justificadas”
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